www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de marzo de 2003

 
  Parte 2/7
 
Una tarde con Saddam
Noviembre de 1990, cuatro meses después de la invasión iraquí a Kuwait: Una misión cubana viaja a Bagdad con un mensaje de Fidel Castro.
por ALCIBíADES HIDALGO
 

La amenaza de una posible acción semejante de Estados Unidos contra Cuba fue subrayada en la explicación, la cual lamentaba también la evidencia de una "nueva correlación de fuerzas a escala mundial", luego de la renuncia a los votos socialistas en los países que conformaron la Europa Oriental.

Cuba no repetiría una acción semejante a lo largo de la crisis que desembocó en la Guerra del Golfo. En lo sucesivo, bajo instrucciones directas de Fidel Castro, la representación en la ONU emplearía todo su ingenio, o cuando menos su esfuerzo, en litigar en el seno del Consejo en favor no disimulado de las posiciones iraquíes, intentar limitar el alcance de las sanciones sucesivamente aprobadas, o tratar de dilatar las decisiones, sin lograr por ello la absolución de Saddam por el crítico distanciamiento inicial.

A mediados de aquel otoño resultaba evidente que la obstinación por prolongar la ocupación del emirato que Bagdad consideraba como su provincia diecinueve, y la determinación en sentido contrario de Estados Unidos, al frente de una coalición internacional sin precedentes, conducían a la guerra. Un conflicto que en opinión de Cuba sólo serviría para una demostración descomunal de la fuerza de los vencedores de la Guerra Fría. Moscú apagaba poco a poco sus luces, capital de una Unión que pronto preferiría no seguirlo siendo, y apenas intentaba limitar los daños del desatino iraquí, sin molestar demasiado a George H. Bush. El mundo no sería el mismo después de semejante guerra.

Para La Habana, donde se iniciaba el descenso en picada de la economía sostenida hasta entonces por los aliados socialistas, las circunstancias no podían ser peores. Era necesario cualquier empeño que evitara la previsible catástrofe de una guerra por Kuwait y ante la cual el amigo iraquí permanecía impasible. Hasta el último recurso sería ensayado, incluso una apelación directa a Saddam. La idea fue del propio Comandante. Era necesario explicar, persuadir, demostrar al tozudo autócrata la enormidad de la respuesta militar que se preparaba con un sólido respaldo internacional, y de la cual Cuba por fuentes todavía soviéticas y por sus propias vías estaba muy bien informada. En lo político, se podía apelar a una solución in extremis, a través de alguna de las múltiples mediaciones que se ofrecían a Bagdad, o de cualquier otra fórmula que facilitara la imprescindible retirada, que debía ser anunciada sin dilación.

La misión debía ser discreta y bien provista de los datos y argumentos necesarios para conmover la conocida intransigencia del líder iraquí. La encabezaría el vicepresidente del Consejo de Ministros, José Ramón Fernández. Oficial profesional de las Fuerzas Armadas incorporado a la Revolución, fue un hombre clave en la batalla librada contra la invasión de Bahía de Cochinos en 1961 y desde entonces de la máxima confianza del Comandante. Pese a su ascendencia asturiana, es conocido como El Gallego, gentilicio común para todos los españoles en el habla de la Isla. Su jerarquía indicaría la importancia de la gestión y su probada ejecutoria era garantía de que las instrucciones se cumplirían al milímetro. Rodrigo Álvarez Cambras, el ortopédico que años atrás había removido un tumor de la médula espinal de Saddam Hussein —y que por esa y otras razones ha ocupado cargos prominentes de la traumatología y la política nacional— fue incluido casi que por derecho propio. Su presencia subrayaría el carácter amistoso, casi íntimo, del largo viaje a Bagdad.

En mi caso, además de las funciones que recién asumía en las relaciones exteriores del Comité Central del Partido Comunista, valía el conocimiento personal del país y de su mandatario durante una larga estadía en el Medio Oriente. En la primavera de l975 fui el único periodista cubano que llegó junto con el ejército iraquí al cuartel general del mulá Mustafá Barzani, en las pedregosas y heladas cordilleras del Kurdistán, una de las victorias que consolidó el poder de Saddam en el mosaico étnico y religioso de Irak.

1. Inicio
2. La amenaza...
3. Para exponer...
4. Fidel Castro...
5. La transformación...
6. El Gallego...
7. La comparación...
   
 
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