www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de marzo de 2003

 
  Parte 7/7
 
Una tarde con Saddam
Noviembre de 1990, cuatro meses después de la invasión iraquí a Kuwait: Una misión cubana viaja a Bagdad con un mensaje de Fidel Castro.
por ALCIBíADES HIDALGO
 

La comparación mesurada pero imprescindible con las fuerzas de Irak que siguió a continuación, colmó la copa de Saddam. Escuchó impasible estimar en desventaja la capacidad de resistencia de su ejército de tierra con menos de un millón de hombres, unos siete mil tanques y muchas menos piezas de artillería, pero dio por terminada la exposición cuando nuestro coronel comenzó a describir la manifiesta superioridad aérea del enemigo.

Tras señalar con duro gesto el destino final de los informes diplomáticos semejantes a lo que oía de los enviados de Cuba, inició un crudo discurso sobre la injusticia colonial que creó el Estado de Kuwait, verdadera causa de la situación actual. Condenó la ingratitud de la nación árabe hacia el único de sus miembros que había combatido la expansión persa en el Golfo, que primero había sido víctima de maniobras con el petróleo y ahora aislado frente a la nueva cruzada de Occidente. Aludió a otras ingratitudes de amigos inconformes con la decisión iraquí de no ceder ante sus enemigos, de la ineptitud de la ONU y la infidelidad de los países comunistas. Recordó a Saladino, también oriundo de la región de Takrit según precisó, y habló de su compromiso ante la historia y de la formidable lección que el pueblo iraquí, decidido a vencer, daría a cualquier agresor.

"Pueden decir al camarada Fidel Castro —dijo mientras se incorporaba de su silla—, que agradezco su preocupación. Si los soldados de Estados Unidos invaden Irak los aplastaremos de esta manera", concluyó en voz muy alta, al tiempo que pisoteaba acompasadamente la alfombra con sus pulidas botas militares.

El encuentro había terminado. Saddam estrechó sin sonreír las manos de todos los cubanos mientras nos retirábamos del suntuoso salón. Al Gallego lo despidió con un abrazo al estilo árabe y el encargo de un saludo al Comandante. El camino de regreso a nuestra residencia transcurrió sin comentarios.

Esa noche redacté un largo despacho que describía con la mayor exactitud posible lo sucedido en la reunión. Fernández lo distribuyó entre los enviados y al embajador Aldama. Con algunas sugerencias todos aprobaron el informe de nuestra gestión, con excepción del ortopédico Álvarez Cambras. Visiblemente disgustado por la descripción de las reacciones de su amigo Saddam Hussein, expresó, tajante, su opinión: "Yo no firmo un informe así para el Comandante". La réplica de Fernández fue más breve: "El que lo va a firmar soy yo". Álvarez Cambras dijo que en La Habana prepararía su propio informe, y Fernández dio por terminada la discusión.

Dos días después iniciamos el regreso a Cuba por la misma ruta. En la residencia del embajador cubano en el exclusivo Parque Conde de Orgaz en Madrid, donde esperamos por el avión hacia La Habana, Fernández abrió el sobre que Fidel le entregara la noche de la partida y nos entregó un billete de cien dólares a cada uno de los miembros de la delegación para comprar algún recuerdo del viaje, según dijo. El 12 de noviembre de 1990 el diario oficial Granma informó del regreso de una delegación oficial a Irak, cuya partida nunca fue anunciada, que había sostenido conversaciones con Saddam Hussein en nombre de la más alta dirección del país. Cuando Fidel nos recibió ese mismo día no quiso escuchar de nuevo el relato del encuentro. Solo pidió que el Gallego le demostrara con sus propios pies cómo Saddam había dicho que aplastaría a los norteamericanos. Se habló de otros temas y Fernández le devolvió el sobre recibido de sus manos y explicó el desembolso de Madrid. El Comandante levantó entonces una ceja, como de extrañeza, pero no hizo otros comentarios.

1. Inicio
2. La amenaza...
3. Para exponer...
4. Fidel Castro...
5. La transformación...
6. El Gallego...
7. La comparación...
   
 
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