www.cubaencuentro.com Jueves, 20 de marzo de 2003

 
  Parte 3/3
 
La soledad del imperio
Sin territorio que adquirir ni ideología que imponer, Washington se va a la guerra convencido de abanderar una nación amenazada y diferente.
por RAFAEL ROJAS, México D. F.
 

La religiosidad de ambos discursos, el talibán y el imperial, recuerda la triste historia de Cleómenes, el militar lacedemonio de la antigüedad que Herodoto retrata en su Libro Quinto, consagrado a la musa Terpsícore. Cleómenes acostumbraba a llamar a sus enemigos "malditos" por ser, como el ateniense Cilón, culpables del "crimen de la tiranía". En un momento de excesivo orgullo, Cleómenes invadió Atenas con una "tropa poco numerosa", pero los atenienses sitiaron la ciudad y obligaron a los lacedemonios a capitular. Según Herodoto, el fracaso de Cleómenes se debió a que no reparó en la profecía de la sacerdotisa, quien le ordenó que no intentara tomar la acrópolis porque los dioses asumirían su conquista como una profanación del santuario.

Sin territorio que conquistar y sin ideología que imponer, el pathos imperial de Estados Unidos no se moviliza en torno a valores universales, sino a partir de un sentimiento de singularidad. La palabra latina imperium, como es sabido, además de una forma específica de gobierno monárquico, significa dominio, autoridad, supremacía, prestigio. Todos los imperios de la historia, el de César y el de Carlos V, el otomano y el napoleónico, el de Mutsuhito y el de la reina Victoria, han postulado la superioridad de un modelo de civilización y han intentado expandir su validez universal. Tras el 11 de septiembre, Washington, sin embargo, se siente odiado y amenazado, palpa más su diferencia que su identidad con Occidente y trata de defenderse de un enemigo transnacional e intangible. El mesianismo de Bush es trágico, proviene de la conciencia de soledad de una víctima propiciatoria.

Alexis de Tocqueville viajó a Estados Unidos en los años en que se fraguaba la "doctrina del destino manifiesto" y escribió sobre el sentimiento de soledad que impulsa al ciudadano de una democracia a asociarse libremente. Tocqueville aseguraba que ese saberse solo y ese impulso de comunión provenían, en el caso americano, de una "vanidad nacional inquieta". En uno de sus primeros paseos por Manhattan, en mayo de 1831, Tocqueville encontró a un grupo de newyorkers que anunciaba una "asamblea para los polacos". Tocqueville, extrañado, supuso que se trataba de ciudadanos que "querían entrar en guerra con Rusia". Pero al indagar más sobre aquel extraño meeting recibió esta respuesta: "Es una reunión que tiene por fin expresar la simpatía del pueblo americano a favor de los desgraciados polacos".

El pacifismo, lo mismo en la variante geopolítica que encabezan Francia, Alemania, Rusia y China, que en las vociferaciones de una "multitud contra el imperio", pronosticadas hace tres años por Michael Hardt y Antonio Negri, comparte con el imperialismo la misma aspiración de universalidad. Ambos se inspiran en la frase de las Devotions Upon Emergent Occasions de John Donne: "no man is an island". Hoy, sin embargo, el imperio se aísla en el corazón de su soledad y los partidarios de una presión diplomática contra Sadam Hussein, para que cumpla con la resolución 1441 de la ONU que lo impele a desarmarse, reclaman el legado de aquella filosofía del derecho cosmopolita, sintetizada por Kant en su proyecto de una "paz perpetua". La paradoja de la soledad imperial se aproxima, pues, a su primera constatación histórica.

Estados Unidos, al parecer, está dispuesto a ir a la guerra contra Irak sin el aval de Naciones Unidas. Sus razones no son mundialmente comprensibles porque reflejan un interés demasiado nacional, casi íntimo: el interés de una nación agredida y amenazada. El unilateralismo de Bush es, en buena medida, la expresión imperial de ese sentimiento de vulnerabilidad mesiánica que se apoderó de su Gobierno luego de la tragedia del 11 de septiembre. En la intimidad de esas motivaciones, que describen un comportamiento místico, poco importan la falta pruebas sobre una conexión entre Bagdad y Al Qaeda o la evidencia de que el régimen iraquí da pasos a favor de un desarme gradual. El Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, lo afirmó en frase digna de Tertuliano: "Hay incógnitas que no conocemos, cosas que no sabemos que ignoramos".

Seguramente, la guerra tendrá consecuencias desastrosas para el Medio Oriente: Irak será destruido y reconstruido de la noche a la mañana, como un juego de mecano, el diferendo israelí-palestino se prolongará, los fundamentalismos islámicos se arraigarán, los regímenes autoritarios parecerán preferibles a las democracias impuestas... En América Latina, África y Asia, el antiamericanismo regresará por sus fueros, en un escenario poco favorable a la consolidación democrática. Pero entre los saldos de esta guerra caprichosa acaso figure la voluntad que se requiere para conseguir algo que hoy parece imposible: el diseño de un nuevo orden mundial en el que predomine la solución multilateral y negociada de los conflictos internacionales.

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