La catástrofe pudo ser un explicable accidente o un artero atentado. Pero, más de 30 años después del hecho, un viejo ex funcionario de la inteligencia norteamericana le pidió a Castro una prueba, evidencia o indicio de tan reiterada acusación, y la petición no pudo ser satisfecha. El gobierno cubano sigue culpando a la CIA. Huelgan los comentarios.

A mediados de abril de 1961, mil quinientos cubanos anticastristas —con un intensivo entrenamiento y en su mayoría sin experiencia militar anterior—, confiados en contar con total apoyo del ejército norteamericano y con muy poca resistencia de sus adversarios, desembarcaron por un enclave pantanoso del sur de la Isla para ser derrotados en menos de tres días por decenas de miles de combatientes revolucionarios convencidos.

Durante varias décadas, la propaganda oficial ha asegurado que la invasión de Playa Girón o Bahía de Cochinos constituyó "la primera derrota del imperialismo en América", fundamentando tal afirmación en que los expedicionarios fueron armados, financiados y entrenados por el gobierno norteamericano.

La sostenida afirmación lleva a varios análisis: ¿En qué lugar queda lo realizado por los combatientes nicaragüenses al mando del general Augusto C. Sandino, que en la década de los años treinta sí derrotaron —al menos militarmente— al ejército norteamericano? Según el criterio utilizado por las autoridades cubanas, podemos discernir que quien realmente debe acreditarse las victorias militares cubanas en África (Angola y Etiopía) es la extinta Unión Soviética, puesto que el entrenamiento y la formación de los oficiales, las armas, los insumos, así como toda la logística utilizada en esas campañas provenían de la otrora superpotencia euroasiática.

Crisis, guerras y conflictos

En el otoño de 1962, el mundo estuvo muy cerca del holocausto nuclear. La festinada instalación en Cuba de cohetes soviéticos cargados de ojivas nucleares convirtió a la Isla en escenario del más álgido y riesgoso enfrentamiento de la Guerra Fría. Refiriéndose al suceso, el máximo líder siempre ha dicho que ante el peligro de guerra en Cuba nadie tembló; lo que siempre ha olvidado reconocer es que en aquel momento ningún cubano sabía que la amenaza que enfrentaban, con gran determinación y anticuadas armas convencionales, era de guerra atómica.

Después de consolidarse en el poder, los gobernantes cubanos durante muchos años lucraron con dos muy publicitados mitos. En primer lugar, trataron de hacernos creer, no sin cierto éxito, que nuestros compatriotas en el exilio languidecían presa de la desolación y el desencanto, hasta que esa enfermiza e indeclinable necesidad del dinero del enemigo convirtió a los gusanos en "mariposas". Lo que comenzó a llamarse oficialmente comunidad cubana en el exterior paseó por nuestras calles el éxito y la prosperidad que disfrutaban, a cuenta del esfuerzo y la nostalgia del destierro.

En segundo lugar, la permanente amenaza de invasión militar por parte de Estados Unidos fue por mucho tiempo para las autoridades cubanas el más cómodo elemento movilizador, aglutinador, disuasorio o justificativo, según fuera la coyuntura, hasta que por fin nos enteramos que uno de los principales resultados de la Crisis de los Mísiles de octubre de 1962 era el compromiso estratégico entre las superpotencias para no invadir a Cuba.

A principios de abril de 1980, un grupo de cubanos irrumpió por la fuerza en la Embajada de Perú en La Habana, dando lugar al más grande éxodo masivo de nuestra historia, a la más lamentable espiral de atentados contra la integridad y la dignidad humana —los tristemente célebres actos de repudio— y puso fin a un corto pero enjundioso período de distensión entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos.