www.cubaencuentro.com Viernes, 29 de julio de 2005

 
  Parte 4/4
 
La mentira más grande
Desde el 26 de julio de 1953, Cuba ha padecido una larga saga de tergiversaciones, omisiones y promesas incumplidas, cuya mentira más grande es la revolución misma.
por LEONARDO CALVO CáRDENAS, La Habana
 

Sin embargo, tal descargo fue desmentido de manera rampante por la detención (21 de septiembre de 2001) y posterior procesamiento y condena de la ciudadana norteamericana Ana Belén Montes, quien, desde su posición como principal analista sobre Cuba en el Pentágono y miembro de la Agencia de Inteligencia para la Defensa, realizó labores de espionaje a favor del gobierno cubano por más de 15 años.

La encumbrada espía, que por cierto no cobraba un centavo por sus servicios, evitó una posible condena a muerte declarándose culpable y colaborando con las autoridades que encausaron el proceso. La ex funcionaria fue finalmente sentenciada a 25 años de prisión, sin derecho a libertad condicional, sin que las autoridades cubanas informaran a los ciudadanos una sola palabra sobre el caso. Roma despreciaba a los traidores, pero al menos les pagaba… y los reconocía.

Más papistas que el Papa

Un día de otoño del año 2001, el gobierno cubano reaccionó airadamente a la decisión de las autoridades rusas de desmantelar la base de espionaje radioelectrónico que durante varios lustros operó en el suroeste de la capital. La conocida como Base de Lourdes aportaba un monto de 200 millones de dólares anuales a las arcas gubernamentales, además de un serio y lógico peligro a la seguridad nacional, hasta ese momento casi totalmente ignorado por los cubanos, puesto que la existencia del estratégico enclave era un secreto bien guardado.

Con la escaramuza diplomática que generó el explicable, y para muchos esperado, anuncio de las autoridades rusas, los cubanos nos enteramos de un plumazo que estábamos en la primera "línea de fuego" del siempre previsible enfrentamiento bélico entre las superpotencias de la postguerra.

El significativo hecho nos hizo caer en cuenta, además, de que Cuba nunca fue en realidad un país no alineado, puesto que los requisitos de esa condición político-diplomática son la no pertenencia a ningún bloque militar y la no existencia de bases militares extranjeras en el país con consentimiento gubernamental. Aun cuando de iure Cuba no formaba parte de bloque militar alguno, bajo la égida de la Unión Soviética participó en más contiendas bélicas regulares e irregulares que todos los miembros del  Pacto de Varsovia juntos.

Los cubanos fuimos los últimos en enterarnos de la existencia de la Base de Lourdes, lo cual agrava el asunto. Por las implicaciones que tienen para la soberanía y la seguridad nacional, las bases militares extranjeras deben estar sometidas a conocimiento, debate y cuestionamiento de la sociedad, así como al análisis y determinación legislativos.

Y así sucesivamente pudiéramos seguir hasta agotarnos, pero en realidad en esta larga saga de falsificaciones, tergiversaciones, ocultamientos, omisiones y promesas incumplidas, la mentira más grande es la revolución misma, que, traicionada en sus albores —nunca restauró las correlaciones democráticas interrumpidas por el régimen de Batista y sí repartió de manera pródiga la pobreza que prometió erradicar—, concluyó las transformaciones esenciales o estructurales aquel día de 1961 (al declararse oficialmente socialista) o en 1965, cuando logró liquidar la oposición violenta y concluir la unificación orgánica de las fuerzas políticas originalmente comprometidas. O acaso en 1976, cuando por fin se institucionalizó (muy a su manera).

Sin embargo, a pesar de los afianzamientos e inmovilismos, ha seguido llamándose revolución —como el primer día—, con altas cuotas de lucro político y ganancia neta para su no disimulada vocación de poder total y eterno, además de la lógica parálisis cívica y cultural que padece la sociedad cubana.

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