El performance fue de las prácticas más activas dentro de la plástica cubana de mediados y finales de los ochenta. Algo que en cierta medida se justifica por el hecho de constituir una manifestación relativamente joven, portadora de potencialidades expresivas novedosas tanto en la Isla como en el ámbito internacional. Pero sobre todo porque el performance, del cual —desde el punto de vista conceptual— se dice es "un medio sin medio que comunica directamente su mensaje sin necesidad de recurrir a un intermediario", privilegia un tipo de comunicación con el público donde la provocación se percibe "en vivo", en diálogo directo y espontáneo con la conciencia del espectador. Aunque le sea consustancial el shock y la espontaneidad de proyección psicológica terapéutica, es su reflexión y análisis del discurso sobre el arte lo que le aporta una poética distintiva respecto al happening, como manifestación del llamado Live Art.

La re-contextualización de esta forma dentro del panorama artístico isleño de finales de los ochenta tuvo variados matices. Uno que se inclina a acentuar la provocación en su expresión más dramática y espectacular, con arrebatos evocativos hacia las contingencias y la inmediatez del medio, por llamarlo de algún modo; y otra que se sumerge en una reflexión conceptual cuya puesta en escena tiende a la auto-referencialidad.

En el primer caso encontramos, entre otros, los performances de Carlos Rodríguez Cárdenas, Glexis Novoa (Grupo Provisional), Ernesto Leal, Ofil Echevarria y Aldo Damián Menéndez (Grupo Arte Calle). Mientras que los performances de Alejandro López y Abdel Hernández, por sólo citar dos casos, tienden a desarrollar sus temáticas desde un discurso que se sabe inmanente a las problemáticas del arte. De más está decir que estas distinciones no son determinantes para tipologizar grupos ni mucho menos, sino matices perceptibles en el proceso de recepción, porque ambos casos participan de una estética del performance.

La obra de Alejandro López plantea ciertas paradojas que se producen en las instancias de significación, y cómo éstas pueden llegar a afectar la comunicación y el lenguaje. Su poética opera, de una parte, con elementos de la música avant garden, propuesta en los conciertos multimedia de Laurie Anderson y Talking Head; de otra, con la visualidad posmoderna que aportan a la escena teatral las óperas de Bob Wilson. La propuesta del artista tiene un enfoque dirigido al lenguaje como lugar en el que habitan falacias y apariencias, lógica y tautología en un mismo segmento. López señala las aporías en las que se puede incurrir en su uso, como estructura condicionante de la comunicación, y del que dependemos para dar un sentido al conocimiento del mundo.

Inspirado hasta cierto punto en la premisa del filósofo Wittgenstein, según la cual "los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo", López realizó el performance titulado Nuevo libro cartesiano (1992), en la galería del Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, en La Habana. Se trata de la cuarta obra de una tetralogía que comprende Fundamentos de la teoría de la parasicología del arte (1989), La producción simbólica (1990) y La gran teoría (1991).

El texto de presentación del catálogo de Nuevo libro cartesiano es un buen instrumento para acercarnos a su propuesta. Además de brindarnos sintéticamente una visión del objetivo artístico de cada una de las presentaciones anteriores, se postula él mismo como un performance. Es un texto performático en sí mismo, cuya intención de hablar y argumentar el significado de los otros se estructura a partir de citas de diversos autores y obras que tienen como objeto la investigación del lenguaje.