www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
Parte 2/3
 
Carta a la Condesa de Merlín
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Dentro de aquella mansión, que luego convirtieron en sede de Bienes Culturales, comenzó usted a desgañitarse por vez primera, mientras afuera, y ya por tradición, los vendedores de cualquier cosa vendible lo hacían con gracia y simpatía estentórea, procurando entrar en la tradición, y que de alguna manera remota Moisés Simons les escuchara en el futuro. A la sublime alegría de sus padres se sumaba en el aire enrarecido y húmedo el jolgorio de las voces melodiosas de la raza quebrada, que anunciaban: "Mango, mango, mango mangüeeee,/ yo traigo mango bizcochuelo, que le gusta a usté", y más allá: "Caserita no te acuestes a dormir/ sin comprarme un puñadito de guagüí", y también: "Traigo yerba santa, para la garganta/ traigo el apasote, para los brotes/ y traigo la soya... para el picadillo texturizado en la ooooolla"; y es posible que hasta algún moreno preclaro (suena a chiste, ¿verdad?) cantara aquello de: "Que viva mi bandera,/ viva nuestra noción/ viva la enarbolacióooon", en una venduta de trapos simbólicos. Por eso dije eso de "es posible que hasta", pues la experiencia me ha enseñado —con saña— que no hay una bandera que no se enarbole en un hasta.

Así se movía su lugar de nacimiento en aquel siglo XVIII. La Habana era entonces un puñado de casas de caña y barro... ah, no, eso eran Macondo y Güines. La Habana era otra cosa desde que los capitanes generales le cobraron un fuerte impuesto a los curdas para que Antonelli comenzara a poner piedras sobre piedras y le salieran sus Fortalezas. Y mire qué dato más curioso, que luego redundaría en la redondez de la Plaza donde estaba su casa y la venta de calabazas: ese mismo añojo de su arribo al mundo se había autorizado el comercio libre de esclavos bajo todas las banderas. Tenía razón el moreno que de seguro las vendía. Y usted vino al mundo, más que con un pan abajo del brazo, con un barracón repleto de alegres kimbundos, seleccionados cuidadosamente por haber resultado campeones de chapeo en los juegos tribales de Angola. En la Isla se destacarían más tarde en el derribo de una gramínea más gorda. Macheteaban mientras angolaban la voz (Es curioso que su padre de usted, perteneciente a una familia que cogió cajita expulsando a los moros de un lado, se hubiera forrado llevando morenos a otro. Este mundo no hay quién lo entienda, cará).

Su padre, que seguía siendo tercer Conde de Santa Cruz, pero que aspiraba a serlo de Mopox —que nadie sabe dónde rayos queda— y fundar Nueva Paz, para que un par de tíos abuelos míos se fueran de Madruga, fue designado para misión internacionalista en la Corte. Lo nombraron geltilhombre de cámara, que era algo así como poder ver al Rey lavarse los dientes, y allá se llevó a su mujer y madre suya, dejándole a usted en tierra de indios al amparo de su bisabuela consentidora y cariñosísima, Doña Luisa Herrera y Chacón, a quien llamó siempre "Mamita", cosa que la emparienta en el tiempo con José Candelario Trespatines. Con ella hizo usted lo que le salió de las trenzas, hasta que regresó papá Conde, y la hizo becaria en el convento de Santa Clara. En realidad, allí fue sólo pupila, hasta que dejó de ser niña con una óptica diferente y se le abrió bien el iris de los ojos. Ya era zangandonga, vivaracha y rebencúa. Lo dijo así en su primera obra memorística, Mis doce primeros años, publicado en Francia como por 1831. Si yo cuento los míos, más de uno va a perder el pelo, pero a usted le importó un pepino, porque estaba bien lejos y los de acá sabían poco francés, con la digna excepción de algunos haitianos, que tenían un sólo defecto añadido: no sabían leer.

Así pudo darse el gustazo de describirse en cuerpo y alma de este modo: "Mi color de criolla, mis ojos negros y animados, mi pelo tan largo que costaba trabajo sujetarlo, me daban cierto aspecto salvaje, que se hallaba en relación con mis disposiciones morales... Viva y apasionada en exceso, no vislumbraba la necesidad de reprimir mis emociones y mucho menos de ocultarlas". Cambiándole el género, o sea, degenerándolo, y trasplantándolo a La Habana que me tocó machacar con mis volátiles pieses, ese párrafo pude haberlo escrito yo mismítico, con leves y candorosos cámbidos. También tuve los ojos negros y animados. Con ellos vide animadísimos negros que ya vendían menos. O vendían más sin anunciarlo a gritos. Y también presumí de teja kilométrica que no costaba tanto trabajo sujetar. Usted no agarró a Ana Lasalle en Coppelia, con sus muchachos pimienta, sujetando cueros cabelludos como apaches desaforados. Coincidimos en lo del aspecto salvaje y en que tampoco necesitaba reprimir mis emociones. Eso lo hacían las fuerzas del orden en su loable afán por domesticarme. Se afanaban mucho. Entre ellos. Ya lo de ocultar las pasiones y sentimientos es asunto superado. Yo, personalmente, aprendí poco a hacerlo, pero si ve a los actuales habitantes jugando impavidez facial, poniéndose las dos morales en la jeta, superando a Buster Keaton en la honda hierática, se va para Madrid antes de que su viejo lo hubiera ordenado.

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2. Dentro de aquella mansión...
3. Pero antes, en contubernio invernal...
   
 
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