www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
Parte 3/3
 
Carta a la Condesa de Merlín
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Pero antes, en contubernio invernal con una amiga, la madre Santa Inés —que no es la Mamá Inés que se canta con cafetera— realizó fuga fantástica del convento donde le habían sembrado sus progenitores, muestra de su rebeldía, y tal vez porque las monjitas estaban bajeándola con sutiles alabanzas de su belleza y su voz cantarina. O tal vez fue por un canto que sobrevolaba los muros conventuales, que sembró amarga duda en su alma inquieta, y la llevó a hacer profundas comparaciones con lo inamovible del sistema interno. Si es duro ser novia de un sujeto que está colgado de un madero, es más difícil serlo de quien está detrás del palo. El hermoso canto cubano que le removía la rabadilla dice, tras largos gorgoritos, repeticiones onomatopéyicas de piricumpara, piricumpara, y ciertos eh eh eh y ah ah aaaah, para darle sazón al tumbao: "Clave, maraca y bongó/ eh eh eh, etc/ Me puede faltar el pan/ y no tener qué comer/ pero no me pué faltar/ la alegría de mi ritmo/ pricumpara, piricumpara..." ... así hasta el cansancio. Fue quizá ese canto lo que decidió su vida, porque mirándolo bien, metiéndole moropo científico, tal declaración de esencias sonoras echa nueva luz al poco estudiado campo de la emigración humana, las égidas y los pires, creando nueva categoría en los exilios. Si hasta hoy se podían clasificar en políticos, familiares y económicos, con este aporte se agrega el sonoro o ritmático, que, estudiado con toda su amplitud metafórica, abarca mucho campo. Como 1.200 kilómetros sin incluir Cayo Redondo, Los Canarreos y Los Jardines de la Reina.

Justo en ese momento de crisis religiosa —aunque yo apuesto que se fugó de aquel sitio por ahogo— se metió La Habana en Jaruco, es decir, arribó su padre arriba de un velero, cosa que me llena de contracciones contradictorias, porque en unos datos sobre su vida, leí que vivía a caballo entre Cuba y España, y ese animal no resiste mucho el agua a menos que se le ponga flotadores, patas de rana, tenga buen nivel de pensamiento con el pienso y haya entrado en desacuerdos ideológicos. Su padre acá —en movimiento equino— y su madre allá, también cabalgando de camastro en camastro, según las malas lenguas, en un recochineo muy cortés en la Corte —donde más que corte ella hacía costura— y la bisabuela amenazando con deformarle el carácter con su cariñosa permisibilidad, no hubo más remedio que remitirla a la península, más que desterrada, destarrada, para que adquiriera modales, conociera a Paco Goya —no confundir con el de las conservas de mermelada de guayaba— y aprendiera francés, que era en definitiva el idioma en el que nos dejaría su legrado, aquellas añoralgias sobre la capital cubana, que suenan mejor en el idioma de Aznavour —no el natal, porque el armenio es más complicado y áspero—.

Para tender un tupido velo sobre esta etapa, ya que una vela blanca se avizora en el pan duro y negro, y para rematar con la filosofía habanera de un amigo mío, que sostiene que no hay peor ingestión que la que no se hace, en lo que el güebuendú de su señor papá resolvía su caso y el canal que quisieron hacerle a Güines, la historia se trasladó a Madrid, donde acomodó su nuevo nido, en una verbena sin paloma, comenzando a procesar las imágenes que volcaría más tarde en parrafitos como este: "Mi sensibilidad, puesta en acción desde muy temprano, trájome un desarrollo precoz, influencia del clima de fuego que nos ha visto nacer, bajo el cual no hay infancia...". Mire usted que ese concepto es discutible. La infancia, de haberla, la hay hasta los siete años, en que se te pierde la leche y te estrangula bermeja pañoleta. Pero que el clima de fuego trae aparejado un desarrollo precoz, se lo suena usted a otro infeliz, fundamentalmente a alguien relacionado con la caña, por el dichoso dicho conocido de que "el que tiene un ingenuo, tiene un central".

Y para ingenuidad centralizada, la suya, que en la recurva anotó en su bitácora personal esta postal que parece salir de la factoría Disney: "¿Qué ciudad es aquella tan bonita, tan pintoresca, con un puerto tan resguardado de huracanes?". Quién lo adivinara ahora que ha cambiado el ritmo, y que el pintoresquismo anda al máximo, a punto de que si pone usted un kraken —el calamar gigante— en aquel puerto resguardado, duraría lo que un manengue en la puerta de un colegio. Estaba usted hablando de Jaruco: "Es la ciudad de Jaruco, á la cuál va unido el título primitivo de mi familia".

Primitiva era, ya lo veo, señora Condesa. Tanto que seguiremos conversando. Su vida en Europa y sus recuerdos habaneros bien merecen miccionar en nueva micsiva, y así tendremos remicción de nuestro mal.

Un mal de actualidad en que hasta sus recuerdos de la ciudad se despintan, y donde el mismo filósofo amigo ha soltado esta joya de hondo resumen social: "Oiga, compadre, en este circo ya no hay ni payasos ni malabaristas... Hasta el animador es un tigre".

Así que, siéntese en la poltrona, que volveré a su salón con el circo a cuestas.

Le agradece la primera mano de pintura

Ramón

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