www.cubaencuentro.com Martes, 27 de enero de 2004

 
Parte 1/4
 
Carta a Albert Einstein
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Relativo y melenudo Albert Einstein:

No sabe lo bien que me ha venido todo el invento ese de la cuarta dimensión. Sé que no salió de su cabeza, sino de la de un tal Minkowsky, pero fue en su cerebro donde se le dio alguna utilidad, o, al menos, la utilidad que el mío le ha dado luego a esa posibilidad de sobredimensionarse cuatro veces, que no es tener dimensiones multiplicadas por cuatro, ni estar en cuatro esperando dimensionarse.

Albert Einstein

Ya ve que todo es relativo, cosa que también decía mi papá, de quien saqué virtudes (y un poco Galiano también) que me adornan y me hacen coincidir con usted en más de una cosa. Cuando leí que había escrito: "El sentido común no es más que un depósito de prejuicios establecidos en la mente antes de cumplir dieciocho años", dejé de cumplir, de crecer, y vendí el depósito. Por eso nadie depositaba nada en mí, ni siquiera su confianza.

Esa frase tan brillante, que compartí de inmediato sin mucho sentido común —siempre me he esforzado en sentir de modo diferente a la usanza, por eso no soy un mortal común y corriente— me hizo buscar más datos suyos, y no vea cómo me sorprendió entender a la caja lo de su teoría. He luchado contra la tentación de tatuarme la fórmula E=M.C2 muchas veces, pero lo he considerado un gasto inútil, ya que la aplico constantemente a todas las cosas de la vida diaria, con una naturalidad que le asombraría. Luego le explicaré, pero le pido que no se me distraiga.

En esa búsqueda de su relativa importancia, hallé que visitó La Habana el 18 de diciembre de 1930. Llegó al vapor en un vapor que se llamaba Bengenland, de camino hacia California desde Europa, que también comenzaba a soltar su vaporcito insoportable. Pero usted era un crack y le importaba un tasajo el crack del 29 en los Estados Juntos, que para eso era distraído cantidad, igual que yo, que me quedo en los lugares demasiado tiempo. Esa vez en La Habana, sin llegar a hospedarse en la calle Vapor, llena de chinos por entonces, usted y su esposa sólo estuvieron cinco días, como para agarrarle el pulso a la situación, y comprarse un jipijapa, para que no se le cocinara la fórmula de su Teoría en la cabeza.

Consiguió el sombrerito, y anduvo de lo más alegre y distraído entre los tiburones de la época, que le agasajaban a cada paso, y creo que hasta le complacieron en una petición bastante insólita: conocer los barrios sabrosos, los típicos de la pobreza, Llega y Pon y Pan con Timba. Imagino que lo hizo como para no equivocarse jamás si tenía que morder polvo y exiliarse en La Habana, para que ni distraído le diera por irse a vivir por allí. También supongo, aunque no lo dice la perrodista que ha relatado esa visita, que luego pidió que le mostraran la parte normal de la capital. Si usted fuera ahora, daría lo mismo a qué barrio se dirigiera. En cualquiera de ellos le desaparecerían la pachanga, y cuidado no le vuelen la fórmula de igual modo.

Voy a relacionarle nuestras semejanzas, para que vea qué relativo anda el mundo en estos tiempos. He encontrado que nació en un pueblecito, alemán por más señas, y que se llama o llamaba Ulm. Lo hizo el 14 de marzo de 1879. Sus padres eran Hermann y Pauline, ambos los dos un par de "judíos no vigilados". Me erizo de pensar en nuestras coincidencias: yo también nací en ulm; ulm pueblo menos alemán, y mis padres eran unos "jodíos vigilados" por el Gran Hermann.

Usted poseía una "exquisita sensibilidad" y yo unos soldaditos de plomo. Gracias a ese don, aprendió a tocar magistralmente el violín, y yo tampoco, aunque pongo a Dios por testigo que mis tres primeros pedidos a los Reyes Magos fueron, precisamente, un instrumento de viento como ese. A esta altura del mundo estoy convencido que los Reyes y Dios se confabularon y jamás apareció el Stradivarius de mis sueños, o de cualquier otra marca similar, para bien mío y de la eternidad. También sospecho que esas autoridades fueron sobornadas de alguna manera por mis vecinos.

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