www.cubaencuentro.com Martes, 27 de enero de 2004

 
Parte 1/4
 
Carta a José María Heredia (I)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Herético desheredado, errático y romanticón José María Heredia y Heredia:

Cuando me enteré que usted cumplía doscientos años, me horroricé, así con hache intermedia —cuando no se usa es para describir el espanto que se siente ante un chivato, y entonces se dice "me orrioricé"—. Que alguien llegue a esa edad tan avanzada en nuestros tiempos da mucho que pensar. Y claro, al final era yo el despistado, porque no llegaba usted a cumplir esa abrumadora cantidad de años, sino que solamente se celebraban dos siglos desde su nacimiento.

J. M. Heredia

Es más, desde el instante en que vi que lo estaban rescatando para la política y la cultura cubanas, y le daban barnices, cobas varias, detergente en el mármol y la pechera, a pesar de que vivió casi toda su vida en el extranjero, me dije: "Este hombre está muerto, cará". Y era verdad. Como no tengo a nadie de su familia para darle el pésame, aprovecho y se lo doy directamente a usted, que será menos poético pero sí más sincero y decente, dos actividades bastante ilícitas en los tiempos que corren.

Así estaban las cosas cuando llegué a tal mortuoria conclusión, porque, déjeme decirle para que se inflame y no me oda mucho, que estaban a punto de darle el carné de la UNEAC, que no es que sea lo máximo, pero otorga cierto absceso en lo bucal, y ya teniendo carneses en las encías, pudiera empatarse con alguna ención en ualquier oncurso. Entonces fue que me horroricé —con hache intermuela— de nuevo al leer otra noticia llegada de Matanzas, donde, además de haberse creado el danzonete, los coterráneos de Aniceto Díaz le regalaban un cenotafio.

"Diantres" —me dije yo—. "Voto a Dios. Santiago y cierra España". Y con esa poética y renacentista expresión expresaba no sólo mi asombro, sino "la resaca de todo lo sufrido", el ñao tropológico, el frío ontológico, el terror que me sacudió todo el aparato gastrointestinal al pie de la uretra, y la más desconsolada, monda y lironda, decepción.

Recordé mis inicios de poeta en aquella tierra de palmeras virtuosas —eran casi lo único virtuoso— ultrajadas por los cortadores de palmiche, profanando sus troncos en el trepar primate, para que los cerdos, en la barranca de todos, dijeran regocijados: "Ah, las palmas. Las palmas deliciosas", y volví a sentir aquellos súbitos cambios de humor negro mío, en que pasaba de la inexplicable alegría a la más súbita y prolongada represión.

Por eso fue que me dije lo de "diantres". Podía haber dicho otra cosa, pero "diantres" me pareció lo más adecuado para un cenotafio. Ya la mención a Santiago tenía su explicación: allí nació usted el 31 de diciembre de 1803. Lo de cerrar España es cortesía de la casa.

No sé qué haría yo si me regalaran un cenotafio. Dudo que sea el estímulo adecuado para escribir buena poesía. Incluso mala o regular. A un poeta, y sospecho que casi a ninguna persona, se le puede regalar, así como así, un cenotafio. Sé que algunos ya tendrán salpullido por la repetición de la misteriosa palabrita, por eso les advierto no confundirla con cenozafio, que es como una mama sin gusto, absurda y tontuela, lo que los antiguos fenicios solían llamar "teta boba" o los indios patagones denominan, en una traducción aproximada, "manjar de desdentados".

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