www.cubaencuentro.com Martes, 27 de enero de 2004

 
Parte 1/4
 
Carta al Burro de Bainoa
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Provinciano, gélido pollino, andariego y vecinal. Hermano Burro de Bainoa:

Escribiéndote ahora, rescatándote la piel de onagro, sobándote las tristes orejas de domingo, me emparejo un poco con ese buenazo de San Francisco de Asís que le tiraba el brazo por el hombro hasta a los alacranes, besaba a las avispas, retozaba danzando con los lobos sin que apareciera Kevin Costner, capaz de prestarle sus calzoncillos a una trucha, siempre con una palabrita de aliento, resolviéndole problemas de vivienda a los castores, de cornamenta a los ciervos —incluso de la gleba—, y dispuesto a espulgar osos sin vacaciones para hibernar.

Burrito

Nos asemeja ese amor por ciertos animales, que no excluye a un grupo reducido de bípedos, y que ninguno de los dos, por mucho que nos afaunamos, ganamos jamás un panda. Ahora seríamos pandoleros, el bueno de Sanfran y yo, y asnaríamos sublimando la miseria, hechos unos burros de pelambre suave, se diría de algodón, con todos los atributos de tu especie menos cierta energía vital, que sobresale en tardes de enojo o excitación. A mí me parece una contradicción bastante zoológica —llegando a zoofílica— tener un panda para ver carnívoros del pleistoceno.

Pero yo soy yo, y el de Asís era asís; tal vez en la distancia, el único símil que nos una, sea la capacidad de emburrarnos hasta las orejas contra cualquier injusticia, como el olvido en que te han echado, que es más abandono, matamóricamente hablando. Y ahora que menciono el olvido, aprovecho para recordar brevemente aquí quién era San Francisco —si te han olvidado a ti, que rebuznabas y te hacías notar, qué vamos a esperar de la gente que no compra estampitas—, decir, por ejemplo, que era hijo de un comerciante de Verona, y tal vez por eso fue un santo verón.

Él sintió la llamada de Dios a pesar de lo precario de las comunicaciones, y soltó un exabrupto que, si no fue de onjí, era de anjá. Dijo entonces, emocionado y cerca de Romeo y Julieta: "Desde ahora no tendré más padre que Dios", que es algo muy bonito cuando el progenitor de uno es muy burro, está al borde de la ruina o se buscan adopciones más rentables.

Dicho y hecho, San Francisco, orfandado por la parte humana, pero empadrado a lo grande por la divina, se puso a vivir en la pobreza, que no es un sitio, ni siquiera un estado, sino más bien un estado de sitio al que pertenecemos la burrada de más de cinco mil millones de personas. Eso fue con 27 años y la gasolina de pobre le llegó hasta los 46, en que murió reconciliado con todas las cosas vivas de la naturaleza, mofetas, policías, arañas pelúas, activistas de federaciones, inspectores populares y políticos de batallón inclusive.

Él dijo eso tan famoso y que sería un peligro poner en una valla en la Vía Blanca, que dice: "Dios Padre, concédeme SERENIDAD para aceptar las cosas que no puedo cambiar; VALOR para cambiar aquellas cosas que puedo; y SABIDURÍA para reconocer la diferencia". Murió ciego, así que poca diferencia podía notar ya a esa altura en que se bajó del burro. Y hablando de jumentos…

Tú alcanzaste dos de los deseos de San Francisco: Serenidad y Valor, el par de condiciones indispensables para vivir en Bainoa en pleno siglo XIX. Hace falta valor para tener serenidad y permanecer al sereno valiente de ese pueblo del ártico cercano, donde los artríticos son como antártidos pero artrósicos y congeládicos. ¿Que te faltaba sabiduría? La maloja no ayuda mucho en lo de las células grises. La dieta blanda menos, y ser un burro en un pueblo perdido, sin Sancho Panza encima, no te garantiza ni taller literario. Un triste rucho arrimado al viejo andén del ferrocarril, esperando a ver qué cae, qué turista se apea con buenas y extranjeras noticias estomacales. Fuiste de los primeros en vivir no solamente de la caridad —no precisamente del Cobre—, sino de las remesas.

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