www.cubaencuentro.com Martes, 27 de enero de 2004

 
Parte 1/4
 
Carta a Mickey Mouse
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Orejudo, setentón y nauseabundo roedor Miguelito o Miki Mau, alias Mickey Mouse:

Para ser ratón las cosas te han salido bien en esta vida. Otros conocen desde su más tierna edad el antirrat, los sutiles venenos, el escobazo rastrojero y vil, el alarido criminal de las mujeres trepadas en atalayas diversas —capaz de dejar tendido al marsupial más corpulento o traumatizarlo de por vida—, el mil ochenta que despepita los mondongos, y el aliento del gato en la abismal oscuridad. O mueren de accidente casero, con el pescuezo troceado por los alambres de una trampa de hierro y madera, guillotina leve que les produce traumas craneales. El ratón es el único hombre que no tropieza dos veces con la misma ratonera.

Ratoncito Miguel

Víctimas del rechazo social, por repugnantes o cobardes, tus congéneres pasan la vida en un temblor. El ser humano es capaz hasta de contratar a un músico no evaluado para que los hipnotice y se los lleve a golpe de conga. El otro familiar que te marcó cierta competencia, el Ratoncito Pérez, desgració el puchero con su muerte heroica y medio gastronómica, hirviendo en las entrañas del monstruo por la golosina de una cebolla, en una sorprendente innovación dietética relacionada con la variabilidad de ofertas en los Mercados Libres Campesinos. Hasta donde sabemos, la cebolla no ha formado parte del ciclo alimenticio de los roedores. Aunque, como decía mi abuela: en tiempos de hambre, los balines saben a membrillo. Y no hay que olvidar que, un ratón con peste a boca, sería más fácilmente detectado que otro.

Pocas veces, que es como decir casi nunca pero de manera piadosa, un ratón llega a cumplir 75 años en este mundo que cada día está más oscuro y huele a queso. Ni siquiera los que se arratonan llegan a esa miserable edad rodeados del cariño de los suyos y las suyas, tras larga y penosa enfermedad. O se llega, pero con sofoco y poquísima credibilidad, que es de lo peor que le puede pasar a ratón, bicho diverso o persona.

Con poco crédito y respiración de baja intensidad vale más la colchoneta y el tendido no eléctrico, sillón y esfínter suelto, calzoncillo decorado intestinalmente y memoria de ostra borracha. No como tú, mi santo, no como tú, que has sabido capear el temporal, cambiar de forma y filosofía, y zafarle el cuerpo a los tiempos malos desde que apareciste en aquel yatecito precario en 1928, en el cartón Steamboat Willie, invención total del viejo Walt, que aún no era un viejo, más Walterio que alteriado.

Y según la leyenda, Disney te inventó durante un viaje en tren con su esposa. O la mujer estaba como para pintar ratones o fue una travesía felicísima a pesar de la Ley Seca, pienso yo, que no sé qué monstruo inmenso habría dibujado el viejo Walt —que entonces no era tan viejo, como dije— si tiene que zumbarse una alegre excursión ferroviaria Habana-Guantánamo, con su emocionante incertidumbre, su lista de espera, su variopinto mundo de arca de Noé a bordo, y el paisaje lento y aburrido; un paisaje inamovible, que está loco por irse del país. Quizá un animalazo color marabú pintón con pelos hirsutos desde la cara a la ideología que también montaría en barcaza, pero sin tanta gracia.

Porque, para que voy a mentirte, no me eras simpático llegando retrasado desde la era del jazz a aquellas mañanas mías de pueblo ardido, bayamesas, que se llevaban en el alma, con una estética —este concepto lo aprendí hace ya bastante tiempo, como dos o tres semanas— distinta, atrasadita como armamento yugoslavo, sencilla como escolar sencillo, que parecía que el dibujante había querido salir temprano y mató la jugada con un ratón de tres trazos, una rata de apéame uno con voz de pito, y para colmo del colmao, hablando en el lenguaje intransitable de Los Beatles, aquellos enemigos que hubo que poner en salmuera, para que aprendieran el son que íbamos a bailar a partir de entonces en un sólo ladrillo.

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3. Y mira tú que no habías...
4. La monda, diría el...
   
 
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