www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
  Parte 4/5
 
Las repúblicas del Báltico
Una historia de las transiciones: Nacionalismo, independencia y reformas en Estonia, Lituania y Letonia.
por JUAN F. BENEMELIS, Miami
 

Por lo que a Letonia respecta, en 1993 vio la luz la coalición entre Camino Letón (CL) y la Unión Agraria (UA), la cual contaba en conjunto con 48 de los 100 escaños del parlamento. En 1994, Camino Letón perdió el apoyo de la Unión Agraria, pero acabó por recibir el del Movimiento Armonía para Letonia. Al año siguiente se gestó un gabinete de alianza amplia con miembros del Partido Democrático Saimnieks, el Partido Por la Patria y la Libertad, Camino Letón, el Movimiento por la Independencia Nacional, el Partido de Unidad y de la Unión Agraria.

Una historia de las transiciones
Los orígenes del cambio
JFB, Miami
El ajedrez atómico
El testamento del comunismo
El reciclaje de los comunistas
Los caminos de la democracia
Del totalitarismo a la sociedad civil
La destrucción creativa
Las recetas económicas
Economía de mercado, inflación y renta
Las sendas de la privatización
Familia de naciones
¿Valores de sangre?
El Estado democrático
Caída y lastre de un imperio
La Europa Central

Un modelo próximo al bipartidismo se ha revelado en Lituania a través de la confrontación entre Sajudis/Partido de la Unión Patriótica y el Partido Democrático del Trabajo. En el caso lituano se ha verificado, además, una alternancia en el ejercicio del poder.

En lo que se refiere a los parlamentos, Estonia y Lituania han contado con un número relativamente estable de partidos: ocho en 1992 y siete en 1995, en Estonia, por ocho en 1993 y nueve en 1995, en Letonia. Las cifras correspondientes a Lituania son significativamente más altas: quince en 1992 y trece en 1996. La fragmentación parlamentaria ha resultado ser más alta en Estonia y Letonia.

El retorno de élites republicanas desalojadas por el comunismo y que vivían en el exilio ha exhibido escasa significación, desde el punto de vista económico y político, en el conjunto de las repúblicas del Báltico. En este sentido, fue decisivo el largo período de tiempo transcurrido desde que esas viejas élites fueron desplazadas. Aun así, no faltan algunas excepciones a la regla. Bastará con recordar, por ejemplo, que cuatro miembros de la diáspora fueron ministros en los gabinetes configurados en Estonia entre 1992 y 1995, o que a principios de 1998 un lituano de la diáspora se convirtió en presidente de Lituania.

La cuestión nacional

Es innegable el mayor peso de la "cuestión nacional" en Estonia y Letonia, y en menor escala en Lituania. Pero estos problemas están pasando a un segundo término en las repúblicas más septentrionales. Los letones constituían el 52% de la población de su república, los estonianos el 61% de la suya, y los lituanos el 80% de Lituania. La imposición de cada una de tales lenguas como idioma oficial en las respectivas repúblicas excitó las tensiones interétnicas. Los rusos allí residentes conformaron sus propias organizaciones políticas, el Interfront en Estonia, y el Edinstvo en Lituania y Letonia.

Las minorías rusas han estructurado sus programas de reclamos en movimientos específicos. En Lituania, donde existen formaciones políticas de minoría polaca, la rusa no ha desarrollado las propias, y se ha mostrado más inclinada a respaldar al Partido Democrático del Trabajo. No está de más recordar que la influencia de Rusia  en las repúblicas del Báltico (la transferencia de materias primas y la presencia de minorías rusas) es más fuerte en Estonia y Letonia, y ello pese a que estas no forman parte de la unión económica con Moscú.

Un fenómeno es el de los bajísimos niveles de identificación que la población muestra con los partidos. Entre cuyas causas está la proliferación de minúsculos partidos. Son ilustrativos los datos obtenidos en Lituania, donde un 27% de los encuestados mostró su aprobación al viejo régimen comunista y su rechazo al actual.

Asimismo, otro rasgo distintivo de los procesos acometidos en las repúblicas bálticas lo ofrece su progresiva incorporación a foros de seguridad europeos, y sus aproximaciones a los Estados escandinavos. Las tres repúblicas han optado por preservar sus fuerzas armadas, y al respecto, han recurrido no sólo al esperado argumento que da cuenta de una eventual amenaza rusa, sino también a la necesidad de hacer frente al "crimen organizado", la conveniencia de participar en fuerzas internacionales de pacificación, y el designio de facilitar la tarea de consolidación nacional.

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