Aunque el Báltico no ha sido escenario de conflicto bélico alguno, han sido notables las tensiones con Rusia, en virtud ante todo de los efectos de las lesivas leyes de ciudadanía. Las tres repúblicas del Báltico han pujado por una rápida integración con la Unión Europea y con la OTAN. Sólo Estonia clasificó en el primer grupo de los candidatos a incorporarse a la UE, en tanto la perspectiva de una adhesión a la OTAN de estos tres países siempre está bajo la presión y oposición de Rusia.
Una historia de las transiciones |
|
|
|
Aunque los flujos de integración regional de estas economías en el ámbito escandinavo son poderosos, paradójicamente las relaciones que mantienen entre sí las tres repúblicas siguen siendo poco cálidas. Muchos en el exterior se han dejado llevar por una idealización de las transiciones en el Báltico, pero esto se debe a la herencia de la imagen del pasado, o por comparación con lo que ocurre hoy en el resto del espacio ex soviético.
Es verdad que algunas instituciones de la época soviética —como los aparatos de seguridad— fueron objeto de contundentes medidas de remodelación. Pero debe subrayarse que el auge de los movimientos nacionalistas en el Báltico no condujo a un masivo proceso de desplazamiento de élites. Y, al respecto, es significativo que en Lituania una fuerza política heredera del viejo Partido Comunista dirigente recuperase el poder por la vía de las urnas en 1992.
Como norma general, los partidos comunistas y, en su caso, las propias formaciones políticas a la que estos dieron lugar, obtuvieron malos resultados en las primeras elecciones libres que se verificaron en los Estados de Europa central, oriental y en el Báltico. Estas formaciones políticas padecieron a menudo un doble proceso. Si, por un lado, procedieron a cambiar los nombres que les habían sido tradicionales; por otro, experimentaron con frecuencia una activa división interna, de tal suerte que a la postre surgieron versiones reformistas y otras más vinculadas con la realidad del pasado.
Las reformas
El lento ritmo de la reforma en Letonia no es peor que el de Lituania, el más grande de los Estados del Báltico. Entre los años 1992 y 1994, y al calor de los resultados de procesos electorales desarrollados en las repúblicas del Báltico, los medios de comunicación se refirieron a un fenómeno inesperado: a formaciones políticas herederas de los viejos partidos comunistas (o de partidos homologables a estos), que recuperaban el poder por la vía de las urnas. Si en la mayoría de los casos esta circunstancia suscitó sorpresa, en algunos provocó también inquietud, toda vez que no faltaron temores de un eventual e inesperado retorno al pasado, que desdecía muchas de las ideas fraguadas en los años inmediatamente anteriores.
El retorno de un sistema comunista es impensable en Letonia, Estonia y Lituania, cuyas independencias fueron sustraídas en 1940, y cuya población pagó un precio enorme con arrestos masivos y deportaciones. En consecuencia, el anticomunismo en las repúblicas del Báltico está atado al poderoso sentimiento nacionalista antiruso, como es el caso de Polonia. |