www.cubaencuentro.com Jueves, 20 de marzo de 2003

 
  Parte 3/4
 
El Islam: tribu y plutocracia
No hay una nación islámica, o árabe, como no hay una cristiana: Los orígenes del tribalismo y su influencia en la política del Medio Oriente.
por JUAN F. BENEMELIS, Miami
 

A veces el grupo en el poder responde a una tribu, como la monarquía beduina jordana o los emiratos del Golfo; o a un clan, como la brutal dictadura militar de los alawita de Siria o los Maronitas del Líbano; o las vinculaciones de maridaje entre los clanes del Talibán; o una secta religiosa, como los wahabitas de Arabia Saudí, o el mahdismo sudanés, o el imanato de Yemen; o es la plutocracia familiar de una localidad, como la de Tikrit de Saddam Hussein en Irak; o de una región, como las de las planicies costeras en Argelia o el sur de Pakistán. En ocasiones resulta la cofradía de una barriada, como la falange cristiana de Gemayel en Líbano; o compañeros de una unidad militar, como el Egipto de Nasser, el Irak de Karim Kassem, o la Libia de Muamar Gadafi; y en otros casos se trata de una combinación de los patrones anteriores. Lo que todos tienen en común es que sus miembros están hermanados por un espíritu de solidaridad y de cuerpo, de total obligación y lealtad mutua que toma precedencia por sobre la fidelidad a una más amplia comunidad nacional, incluyendo la del estado-nación.

Hoy existen gobiernos de oligarquías regionales cerradas al resto de la población en Líbano, Jordania, Siria, Israel, Kuwait, Arabia Saudita, Irak, Pakistán. Los egipcios, rivales históricos de Irak por la dirección del mundo islámico, se hallaron ante el dilema de convertirse en un Estado moderno con lo esencial de la herencia islámica, pero se hallaron ante el dilema de tener que escoger entre ambos. Pero el mundo moderno sólo es posible de conseguir sacrificando sus valores islámicos. Por eso, los actuales sistemas estatales, con sus nervios políticos en Damasco, Bagdad y El Cairo, sólo repiten la competencia entre los califatos medievales Omeya, Abasida y Fatimita, basados respectivamente en tales urbes, con una red de ciudades-estados ligadas por rutas comerciales. Cuando se proclaman términos como árabe, libanés, palestino, sirio, afgano, no se habla de entidades estables, sino de interpretaciones altamente volátiles y sujetas a disímiles definiciones, de dominios políticos con bases movedizas.

La segunda razón hondamente enraizada en la tradición política del Medio Oriente, y notable desde Marruecos a Pakistán, es el autoritarismo: la concentración de poder en un simple individuo o elite, libre de cualquier restricción constitucional. No existe en el mundo islámico un mecanismo explícito y formal de transferencia del poder, ni incluso en las erróneamente llamadas monarquías. El gobernante autoritario usual lo asume o lo hereda por medio de la espada, a la cual se espera que sus súbditos, cortesanos o pueblo, se sometan. La violencia, así, ha sido el único resorte del mundo islámico para la entronización de los cambios. La añeja tradición autoritaria en la política islámica está empalmada con la persistencia de las afiliaciones tribales. Como secuela de que los arquetipos tribales rigen acentuadamente las lealtades e identidades individuales y las actitudes políticas, los pueblos del Medio Oriente raramente han creado de motus propio estados-naciones para regirse y afrontar sus enemigos. Como bien sugeriría Gerard Chaliand en su libro Revolution in the Third World, la lucha de liberación en el Tercer Mundo sólo produjo regímenes autócratas, dominados por el aparato estatal, burocracias corruptas y fuerza policial represiva.

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