www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
  Parte 1/2
 
Agua para las bestias
La carnicería como espectáculo: Al margen de la ley pero a la luz del día, las peleas de perros se han puesto de moda en la mayor de las Antillas.
por JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
 

En La Habana se crispa el más pinto ante la voz de "agua". Los motivos pueden ser diversos. Las reacciones, pintorescas o agrias o despavoridas. Depende de la tónica y del tópico.

Perros
Pelea entre perros y lobos (Joannes Fijt, Jam, 1652).

Quien lance al aire esa palabra en un recoveco de La Lisa, o en una cuartería del Cerro, lo más posible es que perezca por asfixia, ya que las multitudes sedientas, creyendo que se acerca el camión-pipa, le irán arriba, prestas a sepultarlo bajo montañas de cubos, cazuelas, jarros, palanganas, latas, botellas. Si, en cambio, el mismo grito cae cerca de alguien que se está rascando las zonas púdicas, reaccionará con enfado al entender que han puesto en duda sus buenos hábitos de higiene. La exclamación de "agua" puede herir también a quien vaya por la calle transportando una cama, pues en este caso es recibida como sinónimo de chinche. Otras veces ni siquiera hace falta alzar la voz para ofender con ella. Basta con pararnos delante de cualquier empleado en una cafetería estatal y susurrarle "agua", para que nos largue la coz, diciendo que los pájaros son más pequeños y van a beberla al río. Tampoco importa con cuánta delicadeza la pronuncies ante el que vende café, ron, leche, refresco o gasolina. Siempre responderán airados porque el mal talante es su estrategia para atajar acusaciones.

Parece que "la maldita circunstancia del agua" rodeándonos por todas partes, no sólo propició nuestro aislamiento, sino que además nos arma la lengua con una de las únicas expresiones que todavía puede removernos por dentro.

No en balde ha sido justamente esa la palabra escogida por los peleadores de perros para dar voz de alarma cuando la policía se acerca a sus hemiciclos clandestinos.

Sí, porque en los barrios periféricos de La Habana, así como en los pueblos que la rodean, están de moda las peleas de perros, con sus apuestas astronómicas y con su soporte de empresa mafiosa, que funciona al margen de la ley pero a la luz del día. Es un brochazo más para la sinfonía de los locos contrastes que adorna hoy nuestro paisaje.

Al amanecer y en sitios cuya ubicación no es conocida por los asistentes sino minutos antes del horrendo espectáculo, se dan cita los perreros acompañados por sus respectivos acólitos. La zona ha sido inspeccionada y cada elemento ocupa su puesto. El juez imparte las reglas. Las bestias permanecen separadas y vueltas de ancas entre sí, pues una vez que se vean frente a frente, ya es imposible detenerlas. Se lanzarán a entrechocar violentamente las cabezas, iniciando un combate que no ha de concluir sino con el total destrozo de una de las dos, o de ambas.

Esta subespecie que conforman los perros habaneros de pelea es un engendro derivado del Staffordshire bull terrier, mediante cruces que se manipulan malévolamente en busca no sólo de los más altos índices de agresividad y fuerza física, sino también de un coraje absoluto, ciego, que antepone la muerte a la derrota o al miedo. Sin embargo, en ocasiones realmente muy raras, por escasas, el enfrentamiento tendrá que ser interrumpido ante la voz de "agua" lanzada a distancia por alguno de los vigías. Significa que se acerca una patrulla policial y que, como siempre, deberá llegar tarde, cuando en el hemiciclo no haya más que un montón de huellas sobre la hierba chamuscada y tinta en sangre.

Puede darse el caso de que los bandos rivales no consigan separar las bestias a la hora de la desbandada. Entonces el espectáculo queda para el disfrute exclusivo de sus perseguidores. También ha sucedido que ante la imposibilidad de interrumpir la pelea, optaran por la aniquilación de ambos perros, para no dejar pruebas contra sus dueños. Pero son excepciones. Lo común es que en esta Isla de poetas presos los perreros consuman a plenitud su vicio ruin, macabro, en tanto se forran de billetes, sin ser molestados.

Y no ha de ser porque resulte difícil identificarlos. Todo lo contrario. Su facha los hermana. Al punto que parecen miembros de una legión de mellizos: Cadenas de oro y en general joyas de exagerado brillo. Prominentes estómagos. Opulencia agresiva en el vestir, el gesto y la jerga. Manos que son prolongaciones de la billetera, listas siempre para poner precio a los más leves favores o las complicidades más abyectas. En fin, la suya es una— imagen pública que pretende imitar, en versión caricatura, por ingenua y fuera de foco, la de los grandes magnates del dinero.

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