www.cubaencuentro.com Lunes, 04 de agosto de 2003

 
  Parte 1/2
 
Los tres fusilamientos de la Reina
Aunque algunos la imaginen cantando sobre una nube, los cubanos de la Isla desconocen que la muerte de Celia Cruz ha sido el más trascendente y amargo acontecimiento internacional de estos días.
por JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
 

Mucho antes de que Orula vislumbrara la fecha de su último día en la tierra, a Celia la situaron tres veces, amordazada, frente al pelotón del olvido. Sistemáticamente, cada veinte años, generación tras generación, se ejecutó la sentencia. Entretanto, nosotros, los espectadores, callábamos, otorgábamos.

Silvio Rodríguez
Diputado Silvio Rodríguez: 'Imagino a Compay Segundo y a Celia Cruz en una nube, ambos cantando y divirtiéndose'.

Y ahora me vienen con eso de que no puede ser verdad, que continúa viva y que si sus tacones, su peluca, su burundanga, su azúcar, su aché imperecedero. Señores de adentro, por favor, desmayen la muela, que este es un asunto serio. Tanto, como pueden serlo la triste muerte física de Celia, la reina, y el fin (tal vez feliz) de su santa cruz.

Aquí todo el que sabe, sabe que su más caro sueño era volver a poner a bailar al trompo en la casa del trompo, regresar a esta isla, a tomar de sus fuentes primigenias y a devolvernos su sandunga, de la cual hemos sido huérfanos desavisados, frívolos, mudos, lerdos, roñosos, resignados o cómplices durante 43 años.

Pero ahora resulta que estamos conmovidos y que al evocar su aureola de diosa, despampanante todavía, pero muerta, inocua, nos permitimos apostar por lo que subsiste bajo la piel perecedera, por lo eterno sobre lo temporal y lo oculto sobre lo visible. "Siá cará", debe estar replicando Celia desde sus alturas. Al tiempo que nuestras inconsolables almas superiores declaran que se nos ha ido pero nos queda su obra, y los inocentes dicen que aquí todos la conocen, la recuerdan, la lloran, y las lumbreras afirman estar de luto porque se ha perdido la más grande sonera de la historia, y los millonarios con poses de Charlot juegan a imaginarla cantando y divirtiéndose sobre una nube, y hasta los fariseos declaran que ojalá no la olviden aquellos que tienen que pasar sus discos por la televisión y la radio.

Dónde estaríamos, escuchando qué trova, diciendo qué palabras, callando qué silencio, las almas superiores, los inocentes, las lumbreras, los millonarios que hace tiempo perdieron su unicornio, los fariseos, todos, cuando Celia era conducida por primera vez al pelotón del olvido, bajo la acusación de pretender irse a regar sus flores por el universo.

Sería lindo poder decir que, no obstante aquel fusilamiento, por acá continuamos recordándola y que nuestras madres nos dormían al arrullo de las perlas que lanzó al viento. Pero me consta que no, que entre las décadas de los sesenta y los ochenta, casi nadie volvió a escuchar su voz en esta Isla, que los pocos que se atrevieron lo hacían a escondidas, como quien conspira, y que miles, miles de miles de cubanos llegaron a la mayoría de edad, se hicieron viejos, sin conocer un solo disco suyo, sin ser capaces de identificar su rostro, y sin noticia alguna —no ya de sus éxitos—, sino de su mera existencia.

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