www.cubaencuentro.com Lunes, 04 de agosto de 2003

 
  Parte 1/4
 
¡Cuánto nos cuesta el alba!
Cárcel, locura, arte y disidencia. El escritor cubano Rafael E. Saumell revive momentos trascendentes de su amistad con el documentalista y artista plástico Nicolás Guillén Landrián, recientemente fallecido en el exilio.
 

Cuando leí el obituario escrito por Ivette Leyva Martínez (Encuentro en la red, miércoles 23 de julio) no lo pude creer: Nicolás Guillén Landrián había muerto, a causa de cáncer en el páncreas, el día anterior y en la ciudad de Miami. No tengo nada que agregar a lo que ya otros han opinado acerca de la obra cinematográfica y pictórica de "Nicolach", como empezó a llamarlo mi hijo Michael, allá en La Habana remota. Sólo puedo pensar en la persona, a quien vi por primera vez en la prisión, a quien reencontré acompañado de Grettel Alfonso, después que fuimos excarcelados, un mediodía brillante de 1986 o 1987 en casa de Elizardo Sánchez Santacruz, pues fue amigo de los fundadores del Comité Cubano Pro Derechos Humanos: Ricardo Bofill Pagés, Adolfo Rivero Caro, Eddie López Castillo, Enrique Hernández Méndez, etc.

Nicolás Guillen
Nicolás Guillén Landrián, en su residencia de Miami (Pedro Portal).

En mayo de 1988 salí de Cuba con mi familia. En los meses posteriores supe por la prensa y por dos de los implicados, los señores Ramón Cernuda y Jerry Scott, que una muestra de la pintura de Nicolasito había generado un pleito político-judicial de ribetes amargos y ponzoñosos, terminado con penas para los acusados y sin glorias para los acusadores. Por fin, él y Grettel abandonaron la Isla y se asentaron en Miami. Manena, Abdel, Michael y yo fuimos a visitarlos a su apartamento de Coral Gables. Nos regalaron una firma abakuá que conservo entre mis pocas, pero valiosas pertenencias. A partir de aquel momento mantuve con él una comunicación muy irregular, aunque siempre estuve enterado de sus altas y bajas. Guardo un recorte de El Nuevo Herald donde aparece junto a Grettel, los dos atravesando situaciones de desamparo.

Ahora su cuerpo descansa en la Florida y yo ando por Texas con una muerte más encima. El mes de julio ha sido terrible para los cubanos: Celia, Tito Duarte y Compay Segundo se han ido. No obstante, la desaparición de Nicolasito sí que me ha afectado. Me hiere y toca en profundidad la mortalidad de un ser tan querido. Incluso, el hecho de enterarme que Nicolasito tenía 65 abriles al fallecer constituyó un elemento de sorpresa adicional. Me resulta imposible admitir que él había alcanzado esa respetable edad. Siempre será joven, alto, corpulento, simpático, conversador, lúcido y errático, díscolo, irónico, talentoso, amable, generoso.

Antes de conocerlo había escuchado incontables anécdotas que lo describían como una suerte de "enfant terrible" del ambiente intelectual cubano. Casi todos los que lo habían tratado hablaban de sus indudables dotes creadoras, combinadas con la pasión por una yerba divina, las bebidas alcohólicas, las mujeres, el jazz, el cine, las juergas, la poesía y la irreverencia política. "Todo mezclado", como dice un verso de su homónimo tío, que alguna vez fue poeta nacional, miembro del Comité Central del Partido único y presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Nicolasito, rindiéndole honores, tampoco fue un "hombre puro". Nadie lo ha sido nunca, como lo demostraron los dos Nicolás.

En noviembre de 1981 nuestros destinos respectivos nos condujeron a un incómodo lugar: la sala de psiquiatría del Hospital Nacional para Reclusos, ubicada en la prisión Combinado del Este. Nicolasito venía cumpliendo una sentencia de cuatro años por el delito de "peligrosidad". Él, que nunca puso en peligro a nadie, excepto a sí mismo. Por segunda ocasión se hallaba detrás de los barrotes. Años antes le habían endilgado el sambenito penal de haber cometido "diversionismo ideológico" por el contenido de una de sus obras. Allí, vestido con un pijama demasiado corto y estrecho para su estatura y cuerpo, calzando unas enormes botas militares a manera de chancletas, con mirada estrábica, el habla afectada por dosis letales de barbitúricos, lento en el andar, despeinado y, en ocasiones, ausente del mundo; allí, insisto, malvivía el famoso Nicolasito Guillén, artista maldito, rodeado de dementes, suicidas fracasados, guardias, perros y alambradas.

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