www.cubaencuentro.com Lunes, 04 de agosto de 2003

 
   
 
Archipiélago cultural
Las artes plásticas cubanas no tienen en la actualidad un territorio físico y compacto, sino fragmentos que están marcados o no por la lógica de otros espacios.
por DENNYS MATOS, Madrid
 

Para muchos, la potente ebullición en el campo de las artes plásticas que tuvo lugar en Cuba a mediados de los ochenta y principio de los noventa ha mermado considerablemente. Durante diez años hubo una apoteosis de arte joven cubano, lo cual convirtió a la Isla en una verdadera factoría —si cabe usar este término— en la producción de las artes plásticas latinoamericanas. Esto, por supuesto, sin dejar de reconocer las potencialidades tradicionalmente desplegadas por el resto de los países que conforman Latinoamérica.

La patera
De la serie La patera (Armando Mariño).

Ahora, ese foco de ebullición creativa parece haberse desplazado o repartido entre México y Argentina, pero sobre todo al país que no pocos consideran actualmente como el de mayor emergencia cultural: Brasil.

En el caso de Cuba, son varias las razones de su aparente descenso protagónico en la escena latinoamericana, pero sin duda alguna la más importante ha sido el proceso de diáspora sufrido por la cultura en general y por las artes plásticas en particular. Ahora mismo se expone más arte fuera de la Isla, realizado por artistas cubanos, que dentro de ella. Incluso, hay una especie de "diasporización" dentro del arte de la Isla, en el sentido de que muchos artistas residentes en ella, como son los casos de Carlos Garaicoa, Luis Gómez, Juan Carlos Alom, Alexis Esquivel, José Emilio Fuentes Fonseca, Los Carpinteros o Toirac, por solo citar algunos nombres, presentan un trabajo más sistemático con galerías y expositores extranjeros que el que tienen con instituciones nacionales. De suerte que puede ser posible seguir con mayor precisión la actualidad y evolución del trabajo de cada uno de ellos a través de sus muestras internacionales.

En realidad, el protagonismo del arte con ascendencia cultural cubana nunca ha sido tan cosmopolita como ahora. Entre otras cosas, porque se ha desembarazado del nacionalismo chovinista que, tanto dentro como fuera de la Isla, se peleaba por tener el cuño de autenticidad.

Todos estos factores militan a favor de una desconcentración de la escena de las artes plásticas cubanas, que ahora ya no tiene, como si sucedía en los ochenta y primeros años de los noventa, un territorio físico y compacto, sino varios fragmentos cuyos contenidos pueden estar marcados o no por la lógica cultural del espacio donde se desarrollen. Es así que se ha llegado a alcanzar una estabilidad cultural representativa debido a la constancia, para decirlo de algún modo, de las expectativas artísticas que emergen de estos creadores.

En estos momentos lo prudente estaría en reconocer este hecho sociocultural como una nueva realidad en la historia más reciente de Cuba. Es decir, la emergencia de un nuevo sujeto cultural en un espacio social desterritorializado e híbrido en su semántica expresiva, porque precisamente rompe con los enunciados dentro/fuera a la hora de combinar los códigos visuales, fragmentados en su génesis por su dimensión  supranacional. Se trata de un arte consciente de la caída del Muro de Berlín y del campo socialista, así como de sus consecuencias en el mercado ideológico del arte internacional. Erróneo sería, pues, pretender buscar un foco, o una zona privilegiada en relación a la producción de las artes plásticas, dándole mayor protagonismo a uno sobre otro.

El centro no está en Miami, ni siquiera en Estados Unidos, como algunos pretenden ver; el centro no está en España, ni en Europa, ni en el resto de Latinoamérica; el centro está en todas partes donde haya producción artística y sociocultural. El establecimiento de un centro postula un sistema de jerarquías (dentro/fuera, centro/periferia, nacional/extranjero), que remiten a una lógica de poder de la cual ha estado haciendo uso sistemático el discurso cultural castrista para descalificar las prácticas culturales fuera del ámbito político-geográfico de la Isla.

En este caso, para desterrar el peligro de caer en posturas marcadas por ese tipo de jerarquías, es preferible concebir el centro no como un punto alrededor del cual giran todas las fuerzas, sino como un flujo constante que une a todos esos puntos dentro de un mismo tejido cultural. En otras palabras: reconocer el fenómeno de la diáspora, no sólo desde el punto de vista de las causas políticas ideológicas que lo produjeron, ni privilegiando las consideraciones sobre el peso específico de sus áreas de destino, sino las consecuencias, o tal vez sería mejor decir los efectos culturales que solo o en conjunto es capaz de producir.

Todo ello conforma un diapasón ampliado y diverso que multiplica sin precedentes el contenido y la variedad de las manifestaciones con ascendencia del ente cultural cubano. Esa peculiaridad hace posible otro tipo de realidad cultural, muy diferente e inédita hace tan sólo ocho o diez años atrás. Culturalmente hablando, Cuba es la conexión de todas sus diásporas, del mismo modo que geográficamente, al ser un archipiélago, es la suma del conjunto de islas y cayos, justamente unidos por aquello que los separa. En el primer caso, la cultura; en el segundo, el mar.

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