www.cubaencuentro.com Lunes, 04 de agosto de 2003

 
 
 
La mirada de un espectador cómplice
Norge Espinosa analiza en un ensayo los hallazgos y aportes de la personal estética teatral de Carlos Díaz.
por CARLOS ESPINOSA DOMíNGUEZ, Miami
 

En la breve nota con la cual presenta Carlos Díaz: Teatro El Público: la trilogía interminable (Casa Editora Abril, La Habana, 2002), Norge Espinosa Mendoza (Villa Clara, 1971) declara ser un sincero cómplice del teatrista cuya trayectoria repasa en esas páginas. Para redactarlas acudió a su memoria como espectador de los montajes de un creador que, como él bien recuerda, en el
Teatro público
verano de 1990 estremeció el ambiente escénico habanero con una trilogía de obras norteamericanas (Zoológico de cristal, Té y simpatía, Un tranvía llamado deseo) en la que proponía un transgresor diálogo con el público, al que "lograba sacudir en una época donde las sacudidas, justamente, resultaron tan necesarias como enervantes".

Si aceptamos que el hecho escénico constituye, por naturaleza, el arte de lo efímero, es una auténtica suerte que por lo menos cuente con espectadores inteligentes y con buena memoria que dejen algún registro de ese fugaz prodigio. Carlos Díaz y el Teatro El Público contaron, afortunadamente, con ese espectador privilegiado en Norge Espinosa Mendoza, quien activó sus recuerdos y los plasmó en un libro que mereció en el año 2000 el Premio Calendario de Ensayo. En el terreno de la investigación teatral, no sólo no abundan, sino que son más bien escasos los casos en los que un especialista se dedica a seguir y documentar la trayectoria de un artista o un colectivo. Eso es lo que ha hecho Espinosa Mendoza, quien más allá del comentario puntual de cada uno de los estrenos, se dedicó a trazar el fascinante proceso mediante el cual han ido cobrando forma e integrándose los elementos de la poética escénica de Carlos Díaz. Y digo descubre, porque su mirada atenta y lúcida arroja nueva luz sobre aspectos de ese trabajo y sabe distinguir las señales distintivas que le dan coherencia.

Varios son los méritos de este ensayo, en el que su autor alcanza un justo balance entre el juicio apasionado y la reflexión inteligente. Se trata, en primer lugar, de un texto en el cual Espinosa Mendoza no teme en contaminarse con el objeto de estudio, al convertirse en documentalista del proceso creador de Carlos Díaz, del cual, insisto, realiza un estudio y una disección globales, y no un seguimiento mecánico de estreno por estreno, aunque tampoco lo elude. Es un tipo de labor poco frecuente, que tiene exponentes representativos en el italiano Franco Quadri y los franceses Bernard Dort y Georges Banu. Entre nosotros, Rosa Ileana Boudet realizó una labor similar con el llamado Teatro Nuevo. Para que se me entienda mejor, hablo de una crítica que, en aras de un análisis más profundo, se implica en el discurso de los teatristas.

Conceptos bizantinos como los de la objetividad y la autonomía de la práctica escénica, que se suelen exigir a los críticos, son puestos en cuestión por Espinosa Mendoza, quien demuestra que la subjetividad y la pasión no tienen por qué ir en detrimento del ejercicio crítico, sino que, por el contrario, lo pueden enriquecer notablemente. Aquí éste gana con los testimonios de primera mano que el autor aporta, y que provienen de sus experiencias como espectador de los montajes. Mencioné el subjetivismo, y como no quiero que se me interprete mal, me apresuro a precisar que en el caso del libro que aquí reseño, no estamos ante un individuo que se limita a comunicar sus impresiones personales, ese impresionismo que es uno de los males endémicos de la crítica teatral. El autor de Carlos Díaz: Teatro El Público: la trilogía interminable es un especialista cuyas opiniones aparecen razonadas y sustentadas con inteligencia y seriedad metodológica. Espinosa Mendoza, además, desarrolla su análisis con un aparato crítico riguroso, pero nada agobiante ni lastrado por el lenguaje pretendidamente científico que tanto prolifera en el mundo académico.

Agréguense a esos valores, la claridad y la elegancia de la prosa con que está escrito y se tendrá una medida de los méritos notables de este ensayo, cuya lectura, además de enriquecedora, es muy disfrutable.

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