A fines de la década de los setenta, Lorenzo García Vega publicó un par de libros que, como el resto de los suyos, no han merecido la atención que merecían. Me refiero a Rostros del reverso (1977) y Los años de Orígenes (1979). Pertenecen ambos a un tipo de literatura que podemos llamar autobiográfica, no demasiado cultivada por los escritores cubanos, quienes bien por pudor o por falta de tradición, prefieren hacer como el calamar y echar tinta para encubrir sus posibles rastros. El primero es un caleidoscópico diario espiritual que García Vega fue llevando de modo intermitente entre 1952 y 1975. Aunque las anotaciones siguen un orden cronológico y

Lorenzo García Vega (izq.), José Lezama Lima (1946).

están encabezadas por la fecha a la cual corresponden, Rostros del reverso se acerca más a lo que en España se conoce como dietario o cuaderno de bitácora, es decir, una suerte de cajón de sastre donde el autor va recogiendo no sólo las incidencias del día a día, sino además notas sobre lecturas, reflexiones filosóficas y literarias, apuntes para proyectos que nunca llegaron a cristalizar, sueños, citas ajenas, intuiciones propias, en resumen, un compendio de la mitología personal y de las zozobras del escritor en plena soledad. Todo eso está plasmado en una obra heterogénea y fragmentaria, pues así debe ser.

Si en Rostros del reverso García Vega parte de ese material cuyo alcance es limitado, en Los años de Orígenes aborda, en cambio, un tema mucho más trascendente y sugestivo. En la contraportada se le presenta como "un capítulo posible de esa novela imposible que quizás nunca se escriba en Cuba, donde novela e historia son más bien cautelosos borrones". Pero basta la lectura de unas cuantas páginas para que de inmediato nos asalte la duda: ¿se trata de una novela, un libro de memorias, un ensayo, un diario o un libelo? Tampoco se atiene el autor al límite temporal demarcado por el título: lo mismo se refiere a personajes y sucesos pertenecientes al último exilio, que reproduce un ensayo sobre Julián del Casal. "Desde esta situación, todo puede llevarse al relato de los años de Orígenes", expresa en algún momento, y es lo que hace en buena parte de su libro.

En Rostros del reverso, recuerda García Vega la visita de un estudiante puertorriqueño que fue a verlo en 1974 para conversar sobre el grupo Orígenes. Entonces, comenta, se vio obligado a decir lo que se esperaba de él, a hablar como un origenista, a evocar aquellos años como un hecho sin historia, como un hecho muerto. Algo bien distinto es lo que realiza en Los años de Orígenes: parte de la premisa de que señalar la grandeza de Lezama Lima y destacar la admirable lucha de sus compañeros de grupo, no implica silenciar "sus contradicciones, sus debilidades y hasta sus bajezas". Advierte sobre el peligro de mitificar al creador de Enemigo rumor, de convertirlo en "un cadáver literario, ornado de pompas barrocas, y colocado en el mausoleo del boom"; y determina por eso asumir el incómodo papel de aguafiestas y contar aquella etapa desde su reverso, en lugar de perpetuar la mentira de los años de Orígenes. Reconoce "lo excepcional de un grupo que, separándose de la churumbela tropical, logró rescatar lo cubano en la poesía, y lo cubano en la dignidad de un estilo de vida". Pero no vacila en señalar que sus miembros coexistieron en una atmósfera que fue "siempre lo frío, lo convencional, lo estereotipado; una atmósfera desde donde no podía surgir ninguna amistad".