www.cubaencuentro.com Lunes, 04 de agosto de 2003

 
  Parte 1/2
 
¡¡¡Azúuucar!!!, la nueva consigna
por ILEANA FUENTES, Miami
 

Hace cuatro días que estoy "lela", fuera de mí. El nudo en la garganta no se deshace. Esta tarde rompí en llanto detrás del volante en medio de un aguacero torrencial, sólo porque una estación de radio local decidió rendir otro homenaje y empezaron a escapar por las bocinas miles de "caramelos de a quilo", con sabor a piña "para las niñas" y miel de abeja "para las viejas". ¿Qué chip de mi aún buena memoria activó esa mágica voz, que se me nubló la vista?

Celia Cruz
Celia: ¡Azúcar! sin racionamiento.
Testimonios
Azúcar eterna
ENRIQUE DEL RISCO, Nueva Jersey

Ayer, la atea irreverente, la anticlerical por excelencia, se estremeció con la imagen —aunque de poco auténtica muñequita de biscuit— de Cachita. Me estremecí con la descomunal bandera y con la torre que en mi época de wendy pedropanera no conocí. Me ahogué cuando el honorable anciano arribó para acompañar a su reina, y cuando la frágil hermana, recién llegada del paradiso perdido, besó aquellas manos frías —no lo sabe la gente— de tanto esperar. (Cualquiera se entumece esperando cuatro décadas, y algo más, por un abrazo).

Con disciplina de convento escuché el sermón, inspirado y bello, de Martín Añorga, y las lecturas bíblicas de Alberto Cutié. Me sometí paciente a la fila extensa que frente al ataúd comulgó, y a los esmeros del coro —más criollo que gregoriano—, y a la purificación con el incienso, y a la paz compartida, y a las encomiendas a todos los santos, mártires y vírgenes de esa alma sandunguera y buena. "No me sentía tan triste", pensé en uno de esos lapsos, "desde la muerte de papá".  Y me di cuenta en ese instante que estaba de nuevo —casi seis años más tarde— en el velorio de mi padre.

Hay que llevar cuatro décadas en exilio para entender, en todas sus manifestaciones, lo que significa la muerte de Celia Cruz. Y no solamente su muerte, sino el hecho de que se haya marchado sin haber podido volver a la tierra de sus amores. Ese es el simbolismo que esconde esta congoja: ser testigo de que se muere sin haber logrado regresar. Así se murió mi padre en el trigésimo quinto año de exilio: añorando volver a La Habana, pero atado al nunca jamás. La vida —la muerte— no perdona, y el requisito —la patria libre del innombrable— tan difícil como un milagro.

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