www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
Parte 2/4
 
Carta a Domingo del Monte (II)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

A usted no le bastaba señalarse, tertulianamente hablando, en aquellas reuniones de salón, en medio de un absolutismo que se podía cortar con el cuchillo de la mantequilla, aunque luego le acusaran de posesión de armas tomar. No, usted tenía que ser el sior stop del equipo, el quécher, el ampaya de tercera y, además, pichear. De esa manera, entre lleva carta y lleva carta —porque seguía escribiéndole a cuanta personalidad extranjera le salía de la estampilla— en una especie de jineterismo misívico, colaboraba con todos los miedos de prensa a su alcance, lo que le hacía casi un jugador de básquet de tanta alongada estatura. Tiraba para Eco de Madrid, y luego garabateaba para quinientos en el Aguinaldo Habanero —publicación que no llegó con vida al asesinato de las navidades por parte de otro absolutista, un tín más tarde— cuyo nombre suena a contraseña telefónica de cualquier seguroso oriental: "— ¿Quién tá ahí? Aguí Naldo, compay, Naldo, el de Chago, eh eh, repolto: De Alto Cedro voy para Macané/ llego Cueto voy para Mayarí". Luego le acarició los escrotos al perro jíbaro publicando en 1838, unas estadísticas sobre la educación primaria en El Plantel, que casi lo convierte en plantado con el artículo Moral religiosa, que le hizo subir la bilis a Luz y Caballero, un tipo decente e iluminado que arremetió contra usted polémicamente y casi le provoca un apagón. Y, para no cansar al amable espectador de esta tertulia y lector agradecido de mis sandeces, ese mismo año redactó un mamotreto titulado Proyecto a S.M. la reina de España en nombre del Ayuntamiento de La Habana pidiendo leyes especiales para Cuba. Parece que se demoró en llegar a su destino, la reina no había terminado de ser alfabetizada o aún estudian sus peticiones, porque la respuesta no ha llegado. Tal vez por ello, ese absolutista que yo me sé, la ha cogido con la madre patria, a ver si la reina acaba de responder. Este que le cuento, cada vez que se enfada con la península, amenaza con plantarle la estatua de un español cerca de algún centro con zetas. A ese paso tendremos la posibilidad de honrar muy pronto al ilustre gallego Rudesindo Caldeiros y Escobiñas, o quedará bronce para aquel legendario Tigre de Corcubión, pariente de los Naturales de Ortigueira, que aparece en la novela Papaíto Mayarí.

Metido en esa sartén, adobadito para las autoridades absolutas, e incluso con muchos nativos que no le tenían precisamente lo que en mi barrio se llamaba cariño, cayó timba en la trampa, se convirtió en ratoncito Pérez, y casi lo hierven, lo asan en púa o lo emparrillan. ¿Y quién fue el amigo cercano que le jorobó el domingo poniéndolo al borde del monte? Un poeta, uno de esos agentes encubiertos que se puso a cubierto por envidia a sus cubiertos. Un tertulio con, un contertulio: Gabriel de la Concepción Valdés y Domínguez, color cartucho y rizos de rizzotto, que lo sirvió en bandeja por aquel chanchullo de la escalera, que ahora nos suena a bateo padre de vecinos de un edificio, pero que fuera gordísima conspiración contra los Panchos. Plázcido lo echó para adelante como un carrito de helados, y hubiera usted aparecido en el envoltorio de las paletas Guarina si no hubiese puesto pies en polvorosa, con lo que le había costado alcanzar tan digna posición en aquel mundo alegre de la aristogracia y la hamburguesería criolla. Algunos dicen que llegó gracias a un braguetazo, que es como se le dice en mi pueblo al desmadre de la portañuela, pero yo me mantengo al margen. De la idea y de su bragueta. Y allí fumé. Cimarroneó rápido como un viernes de fiesta, velocípedo sin pedo, y dio con su séptimo día aciago en Filadelfia en 1842. Asido y casi asado, cuando los jueces imparciales de la Conspiración le llamaron a presentarse ante el Tribunal Militar usted alzó el anular con sobria resignación y jocundia cubana, les dijo "ñinga pa' ti", y quedóse en París, que era más ciudad Luz y tenía Caballeros sin polémicas. Todo ello por ser independiente en su periodismo, y los periodistas independientes no cuelgan diplomas en las paredes. Las paredes sirven para que el público no les vea, y los cuelgan a ellos mismos en el marco de la situación.

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