www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
Parte 4/4
 
Carta a Domingo del Monte (II)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Algo que no admite discusión, más allá del derecho a la salud y a la educación, sería un complemento de la libertad individual. Por eso propongo que en ese nuevo siglo XIX exista Internet para todos, y que, en la medida de las posibilidades económicas en el desarrollo de la nación, cada barrio o cada familia tenga asignado un correo electrónico. Una especie de e-mail de la familia, para que se navegue en la red y no en el peligroso estrecho de la Florida. Ya sé que algunos trabajadores de correos verán peligrar su futuro, pero no: siempre habrá algún pariente que mande café y hasta un paquete de malangas desde el interior, porque supongo y doy por hecho, que habrá malangas; y quién sabe si hasta calabazas, yuca, boniatos y, haciendo un leve esfuerzo imaginativo, incluso nísperos y melones de agua.

Otras de las ventajas que tendría volver a implantar el siglo XIX en la Isla serían, un supuesto, que ningún arquitecto decente —sólo a los arquitectos decentes se les permitiría ejercer— se atreviera a diseñar la Embajada rusa, Alamar, el bidet de Paulina, el Capitolio Nacional o las Escuelas en el Campo, y se multaría fuertemente a quien se atreva a presentar un proyecto parecido a La Raspadura, de la antigua Plaza Cívica. Gozaríamos teniendo al Padre Varela, que sería de carne y hueso, y no un proyecto que se intenta ignorar. Y un dato alimenticio: se controlaría de una manera flexible la inmigración, revisando exhaustivamente a los asiáticos, para evitar la entrada de cualquier semilla, producto, o derivado de la soya, aunque argumenten que es para alimentar el ganado. Si las vacas quieren comer, que se suban a las palmas a cortar palmiche. Se permitirá hablar cáscara en las esquinas, en las casas, en los portales, con la única condición de que no sean delaciones o chismes. Y se suprimirán las movilizaciones que no tengan como destino la playa. A los infractores les caerá todo el peso —que volverá a servir para algo— de la grey.

Pero, lo fundamental con esta vuelta al siglo XIX, bajo el lema Volvamos al XIX pero con más experiencia, o Siempre es XIX, es lo que podemos hacer con José Martí. En primer lugar, nada de condenarlo, engrilletarlo, y mucho menos deportarlo. Si él quiere viajar por su propio pie o su propio peso —que ya dije que iba a servir para todo— que lo haga, que a lo mejor salvamos con ello a la Niña de Guatemala y nos evitamos sufrir el posterior poema. Y si quiere escribir, será libre de hacerlo, siempre alejándolo de los talleres literarios y de algunos intelectuales nocivos que han demostrado su carácter vividor, medrando a costa de su obra. Lo que sí será bien estudiado y aplicado es la utilización de sus frases, pensamientos, escritos varios, grafittis, apuntes, etc. Una comisión determinará y administrará —con mucho rigor— la utilización de frases martianas en discursos, vallas, actos públicos y artículos de prensa, dosificándolos, de manera que no nos empalaguen. Eso evitará también que cualquier desalmado lo complique con actos violentos, asaltos a cuarteles y bancos, y que tengamos que soportar aquella clave horrenda donde se lamenta su ausencia. Pepe Julián, sin nombramiento expreso de poeta nacional, recibirá el respeto de todos, competirá en el mercado literario, y tendrá absoluta libertad de movimientos, con una sola cláusula: no podrá acercarse jamás a un caballo, a ningún caballo, por mucha similitud metafórica que tenga con objeto o persona. De equinos, nada.

Y usted, mi buen Domingo, será como un bálsamo, como un día de descanso. Y hará las tertulias que le salgan de adentro. Aunque le sugiero mire bien a qué miserables invita a su casa.

Si está de acuerdo con lo propuesto, meta la pezuña. Firme ahí, sin sentarse. Ni se doblegue ni se vaya. Domingo sí. Del Monte, guanábanas. Sé que me quedan cosas en el tintoreto, pero no se puede decir todo a la vez.

Queda por segunda vez, y ya delfinidamente suyo,

Ramón Decimonio

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