www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
Parte 4/4
 
Carta a Antonia la Milagrera de Los Cayos (II)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Así fue que, impresionada por el rápido efecto que ejerciera aquel baño nocturno en su hijo, y tal vez confundiendo los vahídos del hambre con el fogonazo que precede a las apariciones públicas de la Virgen María —que a dominio del espectáculo no le gana nadie— provocó que se corriera, extendiera, amplificara, potrero abajo, potrero arriba, la voz que anunciaba su milagro postrero, y ese fue el principio del fin.

Desafiando el cruel embargo, allá se fueron Blackamán y los leones, Peruchín y su puesto de viandas, todos a la plaza buscando remedio, milagros, prodigio mis manos florecen, curas rápidas y baratarias, avisados por Radio Bemba Provincial, pasándose la bola de ¿dónde va Vicente?, y respondiéndose en el molote con masacote: donde va la gente. Y fue la mañana del quinto día, que parecía que iban a repartir pan con lechón, el primer gesto palpable de motivación al turismo campestre que tuvo la provincia.

Con una intuición sorprendente —bastante desaprovechada más tarde— y una clarividencia pasmadora, le había dicho a otro hermano suyo, preocupado e incrédulo, estas palabras que huelen a inocente vaticinio: "Mira, yo en las cosas de nadie me meto (los guajiristas literarios posteriores hubieran escrito 'naiden' o 'nadien'), y para los primeros días de enero aquí va a haber más gente que palitos de tabaco hay ahora (los académicos de la guajiridad habrían preferido el temporal 'entodavía', que es más folclórico). Aquí se va a dar un grito y van a salir muchos que me crean, y pasado muchos años se va a dar un grito y sólo van a salir unos cuantos".

Me erizo y todo, míreme sin echarme agua, que mi mamá hacía lo mismo aunque no me erizara. Esas palabras me cortan el aliento. Parecen dichas por uno que acabó con quérepúblicaeraquella e instaló la de hoy, conocida, como ya dije, quésetomadremía. Y coincide el mes del augurio y todo. Y hasta la predicción de la masividad con la que la gente acudiría al reclamo.

Más allá de la molestia en decibeles que preconizaba usted, porque ya en la Isla tenemos demasiados gritos —entre ellos, dos clásicos— y de que esa frase remita directamente a la escena de Jesús en el huerto, con su olfato para presentir que Pedro se la iba a dejar en la mano, gallo de por medio, sus palabras tienen una actualidad que no imagina. No sé qué hubiera sido de su celebridad si el niño se le jeringa una noche viviendo en Centro Habana, porque con agua no iba a ser la cosa.

Cuentan que aquello fue el acabóse, el chilindrón de gente que esperaba serena bajo el sereno que usted le atendiera. Mulatos con muletas, desnucados, ex ahorcados, hipocondríacos con hipo, heridos de amor y heridos de bala y bola, cornuses, avestruces, majuses y pajuses, embólicos y parabólicos, merólicos y merolicos, cirqueros y políticos valga la repugnancia, algebraicos y hemorroidicos, vermífugos y hemofílicos, cínicos y síndicos, guardias con tolete, toletes de guardia, Tamakún y la tropa del indio, Tarzán y su gorila errabunda, Juana y su hermana, calvos y enferméridos, maridos meridianos, mórbidos moribundos, abúlicos y niños gratis. Todo el mundo.

Desde Oriente le llevaron mercancía defectuosa para que usted, de pie y sonambúlica, les diera tres golpes de mocha y para la tonga. Y vengan cubos, tanques, latas de cinco galones, jarritos y jarretúos, laticas y palanganas, para que, en nombre del de allá arriba, por intermedio de la Virgen que le autorizara, repartiera sopita en botella, y fe, mucha fe, enormidades de fe, extrema fe, extremidades de fe, haciendo un gesto con las manos y humedeciendo el ambiente, para que el paralítico se extirpara acuáticamente el trigémino, soltara su muleta y su bastón y se pusiera a bailar el son. Qué bueno se puso aquello, caballero.

Y tuvo un fallo, uno solo, uno crucial que le cruzó: se puso a ponerle la mala a los políticos y a la iglesia; y, de ñapa, como quien no quiere la cosa, por poco obliga al boticario de Viñales a convertir lo suyo en una tienda de globos. Nadie compraba medicinas. Nadie iba a los consultorios. Le invadieron el potrero, tumbaron las yaguas, y no se movían durante semanas. Como si ahora pusieran cien pipas de cerveza en Coppelia, gratis y a tutiplén. Y ya le digo, lo peorcito, que los visitantes campestres le iban dejando sus cédulas electorales en el altar.

No quiero extenderme más, porque con el chapoteo he chapoleteado demasiado. Le armaron la camancola. Puerto-transporte-economía interna, que resultó ser el Hospital Pisiquiátrico, más conocido por Mazorra, el 18 de diciembre de 1938. Allí tiró la toalla, y se rindió a la superioridad celestial el primero de marzo de 1945, diz que de anemia. El reporte médico apunta a la asciti como causa directa, y de indirecta, sicosis paranoide. Y yo que pensé que moriría ahogada. Usted se pone a aconsejar a la gente que no vaya a votar y le encierran, así, sin explicarle nada, botados y vetados.

No tengo que repetirle cuánto la extraño. La extrañamos. Aunque sabemos que esto de ahora no se quita con agüita sola, y menos rezando. Pero una buena baldeada, a cepillo de metal, mucha lejía, y que suene la banda. Aunque de tanto raspar se gasten los mogotes, que sigo pensando están como puestos en desorden.

Bueno, como todo en la islita.

De lejos y con sombrilla,

Ramón

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