Sólo me preocupa que, todo método que se aplique para crear algo así —en mi país a esos experimentos se les dice batallas— tiene por fuerza que ser creado con impulsos desde fuera, es decir, de modo inyectivo, casi diciendo que artificial. No olvide que en física una acción es seguida por una reacción. Y la acción de cultivarnos con esas vitaminas es pura reacción, lo que dará todo un reaccionario país con inteligencia artificial que será libre.

La otra conclusión que me sube a la mollera con el anuncio es que, si ser cultos para ser libres es un axioma que será llevado a buen puerto, una de dos, o habrá libertad de cultos o sacarán a los cultos de la cárcel, y no vea lo feliz que soy de ver nuevamente a poetas y periodistas en la calle. ¿Ya agarró mi carril? Entonces, me pregunto yo, ¿por qué se ponen bravos los que mandan si la gente decide personalmente ser libre y arribar al puerto que escogieron como bueno? Hasta matan por intentarlo, fíjese usted, y entonces yo no entiendo nada.

El otro complejo de inferioridad que me impedía contratarle —yo siempre he sido muy inferior para los contratos, y jamás he podido elevar nada a la instancia superior— es que desde el principio supe de usted por un tal Arturo, a quien le decían Coman Doble o Coman Doyle, que ya viene como mantel al dedo. Como en esa isla mía —y suya, aunque no se la recomiendo mucho por su Estudio en escarlata— si lo de Coman es un problema, qué le diré yo del Doyle, tapete, servilleta o mantelito de yute. Luego me enteré de que esas cosas se referían a una persona, y que había sido hasta Sir, pero estuve temeroso mucho tiempo de que usted me respondiera con un Nor.

Conozco poco Londres. Hubo un tiempo en que estuve a punto de irme a londres me llevara el destino, pero ya acomodé las posturas en un buen contexto. ¡Y estoy tan contexto! De su ciudad sólo me sonaba Picadilly Circus. Por el de soya y por los actos masivos con fieras y payaso. Y también porque me fui, pensando que llegaría el día que iba a cruzar la calle 23 como Los Beatles en la foto del Abbey Road.

El problema es que no sé por dónde comenzar a pedirle que investigue. Tengo en el menú una abultada lista de pérdidas, que es como se le dice a las desapariciones, pero no se preocupe, no incluiré entre esos extravíos personas o sentimientos, con lo cual dejaré fuera de su pesquisa mi falta de fe, mis dudas ideológicas y el agotamiento de mi inocencia como pueblo unidojamásserávencido. Sólo le recomiendo se plantee de nuevo —¿se dirá "se replantie", que suena más agrícola?— ciertas aberraciones mentales muy suyas, como cuando soltó aquello de: "Ya le he explicado que lo extraordinario es, normalmente, más una pista que un inconveniente". En mi país no.

Si los inconvenientes fueran pistas, la Isla se alquilaría como aeropuerto, o circuito de carreras de Fórmula 1, o disco. Claro que en un disco, a las pistas se le dicen surcos, y de eso hay allí como para surcar hasta el infinito con la espalda jorobada, por ideas que son fórmulas precisamente del número 1, que es como aquel genio del mal, su profesor Moriarty, pero a lo bestia.

Enumeraré entonces, como si tuviera neuritis óptica, que es como decir al bulto, a la ciega, a mojo del buen cubero, las cosas que me interesa averigüe, pero sin hacerse mucho el inglés, que entonces me lo prohíben por la radio. Advertencia: tampoco se haga el escocés, que cualquier tipejo vestido de azul, de la profesión de Lestrade, confundiría el toponímico con escasez, y ahí vuelve a meter la gamba.